En tiempos de la Roma imperial, cuando era habitual ver persecuciones y enfrentar distintas adversidades, surgieron personas que dejaron una huella imborrable en la historia. Una de ellas fue Santa Gala, hija del cónsul Símaco, cuya vida se convirtió en un testimonio de devoción, caridad y fortaleza espiritual.
Gala se entregó totalmente al servicio de Dios tras la muerte de su esposo. Decidió viajar a Roma y justo detrás de la Basílica de San Pedro se estableció, donde fundó un hospital, así como también un monasterio, dedicándose en cuerpo y alma a las obras de misericordia. Ahí ayudaba a los desvalidos con ayunos y limosnas, así como también atendía a enfermos.
EL CAMINO DE GALA
Durante un periodo de persecución hacia los cristianos, su firme devoción la llevó a enfrentar prisión y donde la torturaron. Sin embargo, ni el miedo ni el dolor quebrantaron su espíritu. Gala continuó su labor evangelizadora al salir de la prisión, llevando ayuda a los afligidos y convirtiendo a muchas personas al cristianismo.
Cuando Santa Gala vivió en Roma, se dedicó a la oración y las obras de caridad, y su historia de mujer piadosa y decidida alcanzó oídos de todos lados. Entonces, su relato llamó la atención de San Fulgencio, quien era un exiliado de Cerdeña por defender el cristianismo, decidió escribirle una carta, por su virtud y determinación.
El texto, conocido como "De statu viduarum" ("Sobre la condición de las viudas"), no era un simple texto, sino una verdadera historia espiritual. En él, San Fulgencio alentaba a Gala y a otras viudas cristianas a mantenerse firmes en su vocación, a pesar de las dificultades.
Santa Gala falleció en el año 550, dejando un legado que ha perdurado a lo largo de los siglos. Su tumba, situada en la iglesia de San Pedro, se transformó en un destino de peregrinación para los fieles que buscaban su intercesión divina.
Además, se le atribuye una visión milagrosa de la Virgen María, representada en una pintura que hoy se conserva en Santa María de Campitelli. Esta imagen, considerada milagrosa, era llevada en procesión durante tiempos difíciles para implorar protección divina.
Si bien su casa fue destruida luego de siglos, su nombre sigue vivo hasta hoy en día. En vía Ostiense, una iglesia lleva su nombre, y su ejemplo sigue guiando a quienes buscan vivir en vida con fe y servicio hacia Dios.
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