Pocas personalidades acusan la representación completa de los tiempos de confusión y contradicción que viven las naciones, y una de ellas es el presidente de los Estados Unidos, Donald Trump. Ha demostrado un voluntarismo excepcional para desmontar el orden comercial que desindustrializó a Norteamérica, pero también una incapacidad excepcional para la elaboración de una estrategia que comprenda al mundo y respete el derecho de todas las naciones al progreso y el bienestar. Su consigna de "Estados Unidos primero", contiene la idea de la exclusión y con ello sugiere la aceptación de la suma cero: para que uno gane, otros tienen que perder.
Su política arancelaria ejemplifica la incomprensión de la causa que ha llevado a los Estados Unidos al desmantelamiento de su base industrial y de su capacidad tecnológica. No son las naciones vecinas, ni de otras regiones del mundo, las responsables de la relocalización de empresas fuera del territorio norteamericano, mucho menos las beneficiadas con tales esquemas que sirvieron para hacer de los países periféricos los subsidiarios del mercado de consumo de los Estados Unidos.
Se impuso el esquema de relocalización de empresas por la presión del sector financiero y bancario de Wall Street, poseedor de las exigencias de una creciente renta monetaria con cargo a la reducción de costos, vía el uso de la mano de obra barata, que terminó por hacer decrecer a las economías involucradas en esta dinámica (incluido Estados Unidos) diseñada para bombearle flujos crecientes de liquidez a una deuda global impagable que supera los dos mil billones de dólares y opera como el principal instrumento de dominación y saqueo de la infraestructura y los presupuestos de las economías dependientes.
Los esquemas de relocalización se consolidaron al inicio de los noventa y cobraron formas ejemplares con tratados como el TLCAN-TMEC. Cuando el presidente Trump decide la guerra arancelaria, castiga a las naciones por pecados que no cometieron. Así se reconoce en el título de la reciente declaración del Instituto Schiller: "Wall Street provocó esta crisis". En ella Helga Zepp LaRouche hace hincapié en la necesidad de establecer un nuevo paradigma, una nueva arquitectura global de seguridad y desarrollo, que debe tomar en cuenta los intereses de todas las naciones del planeta. Se plantea en la misma declaración la exigencia de cancelar el cáncer que representa esta deuda monstruosa y hacer una disección del sistema bancario para respaldar a los bancos comerciales que se dedican a los préstamos productivos y hacer a un lado a la llamada banca de inversión dedicada a la especulación. Crear así las condiciones para financiar los grandes proyectos de infraestructura y la necesaria reindustrialización de los países, procurando acuerdos con naciones que tengan una inclinación similar por restablecer un sistema financiero internacional de tipos de cambio fijo como el que tuvimos antes de 1971.
En la declaración se puntualiza la necesidad de que Estados Unidos, China, Rusia, India y el BRICS, colaboren en proyectos que pongan un énfasis constante en la ciencia y la tecnología, en especial en las áreas de frontera como la energía de fusión y la exploración espacial, en el entendido de que el fomento del espíritu humano creativo es la fuente del verdadero valor económico.
No es fácil que Trump atienda y entienda estas recomendaciones. Su pragmatismo le impide abstraer. Es el tipo de persona que aprende por los reveses que la realidad le proporcione. Y vaya que la realidad se los estará dando. Muy pronto descubrirá que va disparando metralla arancelaria montado en un tigre de papel.
Eso es lo que se develó a la hora de que enderezó sus ataques tarifarios en contra de China: la nación asiática ya puede superar la producción de Estados Unidos y está a un nivel científico superior y en posición de estrechar lazos con los sectores de la economía mundial. La población de China es aproximadamente cuatro veces mayor que la de Estados Unidos y la fuerza laboral manufacturera es nueve veces mayor que la de Estados Unidos, en tanto que China tiene 122 millones de trabajadores en ese sector y los Estados Unidos no alcanza los 13 millones en el sector manufacturero.
Esta misma relación dispar se observa en sectores críticos de la industria y la infraestructura. Por ejemplo, la producción de acero crudo: en 2024 China produjo poco más de mil millones de toneladas de acero crudo, mientras Estados Unidos apenas alcanzó una producción de 80 millones de toneladas. El caso de las máquinas herramientas también lo ejemplifica, en 2024 China produjo máquinas herramienta por valor de 29 millones de dólares y Estados Unidos una producción de 4 mil quinientos millones de dólares. Lo mismo ocurre con los sistemas ferroviarios de alta velocidad, pues mientras China opera 40 mil kilómetros de ferrocarriles de alta velocidad electrificado, Estados Unidos operó 160 kilómetros.
Si el sistema financiero de occidente está colgando de alfileres, las desorbitadas políticas comerciales de Trump, se los están quitando. La respuesta de China de que cerrará las exportaciones a los Estados Unidos de las tierras raras, de las cuales depende casi en un noventa por ciento, fue la proverbial cachetada que podría regresar al presidente norteamericano a la realidad y darse cuenta que la economía norteamericana se ha convertido en el sentenciado tigre de papel.
Desde el Valle del Yaqui, Ciudad Obregón, Sonora, 15 de abril de 2025.