Resiliencia urbana: la clave para ciudades sostenibles

Es la capacidad de un sistema urbano para resistir, adaptarse y recuperarse ante perturbaciones, sin comprometer su funcionamiento esencial

Resiliencia urbana: la clave para ciudades sostenibles

Las ciudades son organismos dinámicos, sometidos a constantes transformaciones. En tiempos recientes, la resiliencia urbana se ha convertido en un concepto clave para entender cómo las urbes pueden adaptarse y sobreponerse a desafíos cada vez más complejos, desde desastres naturales hasta crisis económicas y conflictos sociales. Pero, ¿qué significa realmente ser una ciudad resiliente?

Primero, es necesario considerar que el concepto de resiliencia tiene su origen en la física y la ingeniería, donde describe la capacidad de un material para recuperar su forma después de ser sometido a una deformación. Sin embargo, su adopción en otras disciplinas comenzó en la segunda mitad del siglo XX, particularmente en la ecología y la psicología, antes de expandirse a muchas otras áreas del conocimiento.

En tanto se trata de un concepto flexible que puede adaptarse a múltiples contextos sin perder su esencia, permite conectar disciplinas como ecología, urbanismo, psicología, economía y tecnología, integrando estrategias complejas para configurar marcos teóricos adaptables, pragmáticos y aplicables a una amplia gama de desafíos humanos, desde la salud mental hasta la planificación de ciudades sostenibles.

Así, a resiliencia urbana puede definirse como la capacidad de un sistema urbano para resistir, adaptarse y recuperarse ante perturbaciones sin comprometer su funcionamiento esencial y sin perder la posibilidad de mejorar en el proceso. Este concepto no sólo se enfoca en la infraestructura física de la ciudad, sino también en sus aspectos sociales, económicos y ambientales.

Los procesos de resiliencia urbana suelen desarrollarse en varias etapas generales:

Prevención y preparación: Implica la identificación de vulnerabilidades urbanas y la implementación de estrategias para reducir riesgos, como el diseño de infraestructura resistente o la creación de planes de emergencia.

Resistencia: Se refiere a la capacidad de la ciudad para soportar el impacto de una crisis sin colapsar, manteniendo la operatividad de sus sistemas esenciales.

Recuperación y reconstrucción: En esta fase, se restablecen los servicios y se repara la infraestructura dañada, con el objetivo de retornar a un estado funcional.

Adaptación y transformación: Más allá de la recuperación, una ciudad resiliente aprovecha la crisis como una oportunidad de cambio, ajustando sus políticas, infraestructura y normativas para volverse más resistente ante futuros desafíos.

Por supuesto, los anteriores involucran a múltiples actores, cada uno con un papel fundamental; en términos generales, es necesario reconocer a los siguientes:

Gobiernos locales y nacionales: Son responsables de la planificación y la implementación de políticas de mitigación de riesgos, así como de la coordinación en momentos de crisis.

Sociedad civil: La ciudadanía que participa activamente, ya sea a través de la autogestión, en acciones de educación en prevención o la creación de redes solidarias de apoyo Sector privado: Empresas y desarrolladores urbanos pueden contribuir con inversiones en infraestructura sostenible y en modelos de negocios que favorezcan la resiliencia.

Academia y expertos: Investigadores, urbanistas y científicos aportan conocimiento técnico y estrategias basadas en evidencia para fortalecer la capacidad adaptativa de las ciudades.

Organizaciones no gubernamentales: Apoyan en la implementación de proyectos de resiliencia en comunidades vulnerables y facilitan la cooperación entre sectores.

Estas acciones se traducen, por ejemplo, en casos de desastres naturales, en la elaboración de catálogos de riesgos o vulnerabilidades, la mejora en los sistemas de drenaje y gestión de agua, la promoción de edificaciones antisísmicas, el control de áreas naturales y urbanas susceptibles de incendios, la generación de planes de evacuación y la implementación de soluciones basadas en la naturaleza, como parques que absorben inundaciones o infraestructura verde, entre otras.

Cuando una sociedad urbana, por las razones que sean, no logra desarrollar resiliencia, se expone a múltiples riesgos que pueden manifestarse en distintos plazos:

Corto plazo: Colapsos en infraestructura y servicios esenciales, pérdida de vidas humanas y daño económico inmediato.

Mediano plazo: Dificultades en la recuperación económica, aumento de la desigualdad social y debilitamiento de la confianza en las instituciones.

Largo plazo: Migraciones forzadas, deterioro ambiental irreversible y, en el peor de los casos, la obsolescencia o abandono de ciertas áreas urbanas.

Se hace claro entonces que el fracaso en la construcción de resiliencia no sólo amplifica las crisis, sino que, perpetúa un círculo de fragilidad que impacta de manera desproporcionada a los sectores más desfavorecidos de la población.

Las ciudades no pueden evitar enfrentar crisis, pero sí pueden decidir cómo responder a ellas. Como señala Judith Rodin, expresidenta de la Fundación Rockefeller y autora de The Resilience Dividend (2014): "Las ciudades resilientes no sólo se reconstruyen después de una crisis, sino que emergen de ella más fuertes y mejor preparadas para enfrentar el futuro". La resiliencia urbana no es un lujo de las ciudades prósperas, sino una necesidad urgente para cualquier asentamiento urbano para garantizar su sostenibilidad y la calidad de vida de sus habitantes.

Profesor-investigador titular del Departamento de Arquitectura y Diseño de la Universidad de Sonora, campus Hermosillo. Egresado de la maestría de El Colegio de Sonora.