El “derecho de piso”
Abrir un puesto de tamales y recibir amenazas por negarse a pagar expone a la familia a situaciones de alto riesgo
Como de costumbre, mi madre hizo docenas de tamales para toda la familia y para los parientes que siempre nos acompañan en la cena de fin de año. Comenzaba la ardua labor varios días antes y se preparaba con los mejores ingredientes y materiales, ella sabía que valía la pena, porque siempre le quedan tan buenos, que me atrevería a decir que eran los mejores de la ciudad, no solo lo decía yo, sino también los parientes, los del barrio y cuantos los probaban. Ella, aseguraba que la clave de éxito era hacerlos con amor y mucha paciencia para no descuidar ningún detalle del proceso, desde la preparación del relleno, la amasada, la calidad de la manteca, la envoltura y la cocida en su punto. Hacía de carne con todo y pasas, aceitunas, papas y zanahoria, al viejo estilo; de elote, rajas, frijol, acelgas con queso y hasta de camarones…no'mbre, nomás de pensarlo, se me hace agua la boca… el caso es que ese año, el 2021, al parecer anduvimos muy desganados, la pandemia y por azares del destino, los parientes a la hora de la hora no llegaron, pues tenemos que sobraron muchísimos tamales y eso que, junto al 2022, venía la famosa cuesta de enero, así que no les extrañe que se me ocurriera ponerme a venderlos en la esquina de la casa. Fue un éxito, y para al cuarto día ya habían volado todos, y la gente comenzó a ir a la casa a querer comprar tamales, pero no había. Entonces, le propuse a mi mamá que iniciáramos en serio con el negocio y le gustó la idea. Poco a poco fui aprendiendo a prepararlos para quitarle broncas a mi jefita. Al rato se vendían tanto, que decidí ponerme en una esquina más transitada a unas cuadras de la casa. El éxito fue total; el puesto ya comenzaba a ser buen negocio. Estábamos muy contentos con los resultados, ya estábamos trabajando entre 14-16 horas diarias. No nos importaba, porque estaba saliendo lana. Todo iba viento en popa, se ganaba bien, hasta que una noche llegaron al puesto dos tipos en una troca, uno se bajó y me dijo a boca jarro que de ahora en adelante le tendría que dar mil pesos diarios por “derecho de piso”; que le hiciera como quisiera, pero que le tenía que dar mil pesos diarios para que me dejaran estar ahí. Le dije que se dejara de fregaderas y se fuera mucho a la chingada. El tipo se dio la media vuelta y se subió al carro y se fueron. Dos días después, como a las mismas horas, me sonó el celular y me dijeron lo mismo, que les tenía que dar mil pesos diarios por derecho de piso. Les menté la madre y les colgué. Unos segundos después por WhatsApp me llegó una foto de mi casa y de uno de mis sobrinos, con un mensaje que decía que nos llevaría la chingada si no pagaba, y que pobre de mí si los denunciaba. Entonces sí me dio miedo y mucho coraje; me tenían bien identificado; me dio rabia y mucho, mucho coraje, pero no estaba dispuesto a pagarles ni un peso, y menos a arriesgar a mi familia. Desde ese día no volví a abrir el puesto de tamales y tuve que despedir a mis cinco ayudantes. Ahora sólo les vendo a los vecinos del barrio y yo mismo se los llevo. “Amo a mi país, pero él no me ama a mí”: Gerardo Enciso
Jesushuerta3000@hotmail.com