Las Plumas

De política y cosas peores

¿Recuerdas aquella enfermedad que nos vino, la de las vacas locas?". Replicó la otra...

De política y cosas peores

Antes de que se oyera el canto de la alondra, anunciadora del amanecer, Julieta le dijo en la cama a Romeo: "Es cierto que aún no se inventan ni la tele ni las tablets, pero no por eso quieras estar toda la noche a duro y dale". Dos vaquitas charlaban en un florido prado. Le preguntó una a la otra: "¿Recuerdas aquella enfermedad que nos vino, la de las vacas locas?". Replicó la otra: "No sé de qué me hablas. Yo soy una ballena". Leovigildo, joven y apuesto varón recién casado, le contó a su vecino: "Mi esposa y yo no tuvimos para pagar este mes el alquiler del departamento. El dueño me dijo que si me portaba bien con él daría el mes por pagado. Me porté bien, y ahora me asalta una duda". "¿Cuál es la duda?" -quiso saber el vecino. Replicó Leovigildo: "No sé cómo decirle a mi señora que ya tengo pagados los próximos 14 meses de la renta". Unos viajeros acertaron a encontrarse en un pequeño pueblo del sur de la República llamado Xilxicaxoxtlilli. Discutieron acerca de la pronunciación del nombre, y como ya eran las 3 de la tarde decidieron ir a comer algo. Ahí preguntarían lo del nombre del pueblo y su pronunciación. Uno de ellos le preguntó a la encargada del local: "¿Dónde estamos? Por favor pronuncie el nombre con lentitud y claridad". Respondió la chica separando cuidadosamente las sílabas: "Es-tán-en-un-Mac-Do-nalds". Una mujer oriental contrajo matrimonio en su país con un ingeniero londinense, y con él fue a vivir en la ciudad del Támesis. La desposada no hablaba ni una palabra de inglés. El primer día fue a comprar muslos de pollo, y como el dependiente de la carnicería no entendía lo que la clienta deseaba ella tuvo que levantarse la falda y mostrar sus muslos para dar a ver lo que quería. Al día siguiente fue a comprar pechugas de pavo, y sucedió lo mismo: se vio en la necesidad de abrirse la blusa y enseñar sus pechos para hacerse entender. Aconteció que el tercer día quiso comprar salchichas, y no logró que el dependiente adivinara lo que quería. Desesperada fue por su marido y lo llevó a la carnicería. ¿Qué tuvo que mostrar el hombre para que el carnicero supiera que querían salchichas? ¡Ah, mal pensados! No tuvo que mostrar nada. Arriba se dijo que el esposo de la mujer era londinense. Él sí hablaba inglés.