La tiendita
Noticia Relacionada
En muchas ocasiones el hambre era tan intensa que pasábamos la mayor parte del recreo haciendo cola para poder comprar algo. No nos quedaba de otra. Lo mejor eran las tortas de jamón y queso o de cochinita con su respectiva soda; pero lo malo era que casi, casi, te tenías que esconder para comértela a gusto, pues todos te pedían “una mordidita”, y, como tú habías pedido ayer, pues no te queda otra que darles una probadita.
Igual había quienes nunca llevaban dinero y siempre estaban pidiendo; tenían su bien ganada fama de pidiches. Otros, de plano, le escupían a su comida para que nadie les pidiera. Eran tiempos en que no se hablaba de comida “chatarra” y en que los gorditos no eran tan comunes.
La administración de esas tiendas adentro de las escuelas, eran concesionadas con base en no sé qué razones, pero de repente los que las atendían eran cambiados.
En uno de esos cambios llegó un señor a hacerse cargo de la tiendita, y lo ayudaba su esposa y su hija. La muchacha tendría unos 18 años, lo que eran demasiados años para alguien de primaria. Era una muchacha muy bonita. Con un pelo largo y negro brillante; de repente se hacía trenzas que tejía con hilos de colores. Tenía un cuerpo lleno de curvas; se me hacía muy atractiva.
Ella, por lo general, atendía por las tardes, que era cuando había menos movimiento. Recuerdo que una de esas veces, en cuanto salí de la clase (porque íbamos en la mañana y en la tarde) fui corriendo a la tiendita a comprarme un mazapán. Cuando llegué se me hizo raro que estuviera cerrada, a esas horas, y quedé con las ganas.
Y así fue pasando cada vez más frecuentemente que en las tardes la tiendita estuviera cerrada. Una de esas tardes cuando iba a comprar algo, alcance a ver que un estudiante de la prepa, de los más grandes, entró por la puerta trasera y se encontró con la muchacha. La tomó por detrás y la abrazó. Al poco tiempo bajaron la reja por donde atendían y cerraron.
La acción se me hizo muy extraña, yo me preguntaba el por qué cerrarían a esa hora, y más me llamaba la atención el por qué los dos se quedarán adentro, pero no encontraba una razón. Los alumnos más grandes sólo se reían y decían: “no los molesten”.
La duda seguí retumbando en mi cabeza: ¿De qué se ríen? ¿De qué se trata todo esto? Y luego decían que fulano de tal tenía mucha suerte porque se la estaba “tirando”; que se estaba “echando” a la Carmen, la hija del dueño de la tienda. Y yo seguía sin entender qué era eso de echársela. La curiosidad me corroía; me llenaba de ansiedad.
Algunos se asomaban por algún hoyito para tratar de ver algo. Yo no me atrevía. Años después supe qué es lo que estaban haciendo ese par de jóvenes, pero de igual manera mi cabeza no alcanzaba a entender nada de esto que llamaban sexo.
Saber de sus aventuras amorosas me produjeron una sensación muy extraña. Era algo desconocido para mí. Después de esas tardes que seguramente fueron ardientes, esta familia perdió la concesión de la tiendita y pronto todo volvió a la normalidad en mi escuela.