¡Vacaciones!
¡Por fin llegaron las tan anheladas vacaciones de Semana Santa! Las esperé como no tienes una idea. Hice planes y los anoté en una libreta para que nada se me fuera a pasar. La idea era un día lavar los baños, otro, la cocina; otro, lavar la alfombra del estudio, hacer el jardín, terminar de pintar y tener todo listo para meter luz 220 al cuarto de huéspedes; bañar a los perros, lavar toda la ropa, acomodar el clóset y algunas cosas más, como cocinar platillos a mi gusto y sin prisas. Para poder hacer esto dije que no a invitaciones de mis amigos para salir de la ciudad, y también para cumplir con la propuesta de las autoridades de quedarse en casa por la aún vigente pandemia. Así, “mataría dos pájaros de un tiro”.
La cosa es que el miércoles trabajé medio día, y en cuanto salí me fui a casa. Estaba muy contento porque tendría, al fin, tiempo, para hacer las cosas que quería hacer. Esperaba con ansias a que comenzara el día para ir tachando poco a poco mi lista de actividades pendientes. Me acosté muy temprano, y a eso de las 9 de la noche del miércoles ya estaba dormido. El jueves, a las puras cinco de la mañana abrí los ojos y abrí la puerta del patio para que entrara luz y aire. En eso veo que la perrita que mi sobrina que vive al lado, entró a mi cuarto y agarró uno de mis calcetines nuevos que me había quitado y salió corriendo al patio. Me levanté de inmediato para quitárselo y, cuando me agaché para quitárselo del hocico para evitar que lo rompiera como suele hacerlo, ¡tras! que me truena la cintura. ¡Ya valió! Dije para mis adentros. Y, sí. En ese momento comenzó a dolerme la cintura, entonces me volví a acostar otro rato mientras pasaba el dolor. Y nada, pasó todo el día y el dolor no cedía, total que me tomé una pastilla y me puse una faja para hacer el quehacer planeado. Para cuando menos pensé ya se había ido el día. Al otro día, el viernes, en cuanto consideré prudente le llamé al electricista para que viniera a conectar la luz como lo habíamos acordado días antes. Al cuarto timbrazo me contestó y me dijo que no podría trabajar porque “fui a un funeral y oriné sangre”, se lamentó. En eso estaba, escuchándolo decir que no podría venir, cuando sentí un piquete en el estómago que me hizo correr al baño. Y así me pasé todo el día…yendo y viniendo al baño. Luego vi por ahí que había habido esos días una especie de pandemia de malestar estomacal. No sé qué fue en realidad lo que me pasó, pero eso me arruinó otro día.
Noticia Relacionada
Ya nomás me quedaba el sábado, pensé. A como diera lugar tenía que hacer algo de lo previsto. Lo que sea con tal de sentir que no había desaprovechado las tan esperadas vacaciones. El sábado ya me sentía mejor, pero sin ganas de hacer nada. Y así fue. Me quedé en cama leyendo. Ya como a las siete de la noche, dije, no es posible que ni siquiera me tome un jaibol escuchando música. Y, así, con la cintura adolorida, el trasero partido de tantas restregadas, el estómago revuelto y atolondrado de tanto estar en la cama, me serví un whiski, y luego otro, y otro y otro, y de pronto ya estaba ebrio. Cené y me acosté a dormir a las dos de la mañana. Al otro día, el domingo, desperté con una cruda espantosa que no me dejó levantarme de la cama. Pronto se hizo de noche, y aquí estoy de nuevo en el trabajo, esperando las próximas ¡vacaciones!
Jesushuerta3000@hotmail.com