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Las Plumas

Uno nunca sabe

Jesús Huerta Suárez

Ya con el rebrote de la pandemia del Covid-19 en el mundo, y volviendo al semáforo rojo en muchos lugares de México, los rumores de que esta terrible calamidad era resultado de una conspiración, decía cada vez más la gente. Ahora, hasta los niños y adolescentes se estaban contagiando, así como los que ya habían sido vacunados. Aunque se creía que la inyección servía para que la epidemia te pegara menos fuerte, pero igual seguía matando a cientos de miles de personas.

Los pequeños ni los medianos no pudieron regresar a clases presenciales y las calles de las ciudades cada vez estaban más sola. Había entre la gente un hastío terrible que estaba acabando con sus ánimos de vivir. La economía que nunca llegó a recuperarse del todo de esta letal pandemia, cayó por los suelos llevándose a miles de familia del brazo. Ahora, no solo era el temor de infectarse y no encontrar espacio en algún hospital, ahora, también, se temía el quedarse sin el dinero suficiente para pagar los servicios de electricidad, agua, telefonía, medicinas y demás, y para muchos, para tan siquiera tener algo que comer y no morir de hambre.

Miles de hogares se vistieron de negro al igual que el antes cielo azul por los miles de cadáveres que a diario eran cremando y el humo volaba por todos los puntos cardinales del horizonte. Y es que ya no quedaban espacios en los panteones y la gente se llevaba las cenizas de sus seres queridos a su casa o las regaban en cualquier parque o jardín al que tuvieran acceso. Ya no quedaban familias completas. En todas, alguno de los suyos había sido arrancado del seno familiar por la muerte. En muchos, las lágrimas de tanto correr, habían dejado huellas en su cara. Otros, simplemente se habían secado. Los planes y sueños para el futuro se habían extinguido, mientras que las sonrisas se habían borrado de los rostros por el dolor y por el cubre bocas que no podía faltar. Las personas caían sin remedio alguno. El aire no llegaba a sus pulmones y su muerte era terrible. Morían sin poder respirar y con el rostro lila por la falta de oxígeno, falta de oxígeno que los debilitaba al grado de no poder ni siquiera llevarse la comida a la boca. No podían ni siquiera tomar un baño, ni voltearse de lado en la cama. Altas temperaturas, dolores de cabeza, vista cansada, sin poder oler nada, cuerpo cortado y con la muerte rondando sin que pudieras encontrar un espacio en algún hospital público, ni privado, en el caso de que lo pudieras pagar.

Y Juan se preguntaba, bueno, y si ésta pandemia fue creada por el mismo ser humano; por esos que quieren controlar el mundo; por los integrantes del nuevo orden mundial que les urge deshacerse de millones de seres humanos porque temen que entre más personas vivan más difícil será controlarlos, y más daño le harán a la tierra con su contaminación. Si así es cómo piensan, ¿por qué no nos dieron la oportunidad de escoger una muerte digna y sin sufrimiento? ¿A caso no podrían dar algo de dinero a nuestras familias a cambio de nuestras vidas? ¿Tan miserables así son, que, además de matarnos, quieren que suframos? Si su problema es que sepamos quiénes son, prometemos no decir nada, decía para sí mismo Juan. Y es cierto, capaz que hay muchos que preferirían morir en paz, con unos pesos en la bolsa y sin sufrimiento, que de esta manera. Uno nunca sabe, ¿Verdad?

Jesushuerta3000@hotmail.com