Revolución Mexicana
Ante su aniversario
Recién se cumplió el aniversario 114 de la Revolución Mexicana. Bien se hace en recordarla oficialmente como corresponde. La tradición propia al respecto en este país fijó la realización de un desfile para establecer la conmemoración respectiva. En diversas ciudades también se llevan a cabo marchas para enaltecer la fecha. El desfile alusivo que se efectúa en la Ciudad de México siempre es vistoso y emocionante.
Más allá de esta sentida celebración de noviembre no hay más fechas en el calendario que repitan en conjunto el ceremonial respectivo. No debe ser estrictamente necesario incurrir en esa repetición, excepto cuando se trate de héroes o personajes reconocidos individualmente como hacedores de esa parte de la historia del país. Aunque no está de más señalar, por supuesto, que la Revolución Mexicana fue, y de alguna manera sigue siéndolo, un tema muy recurrente en la cultura política y ciudadana del país.
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Ocurrió más o menos así durante el largo predominio electoral y gubernamental de un partido que en su nombre o seña lleva la identificación. Ciertamente, nunca podrá negarse que el Partido Revolucionario Institucional tomó para sí durante casi toda una vida todo el andamiaje resultante de un movimiento armado como el sucedido en nuestro país. Con su nombre mismo, el PRI nunca ocultó la causa de la revolución institucionalizada de la que prácticamente se asumió como heredero único, condición que evidenció desde sus dos primeras históricas denominaciones: Partido Nacional Revolucionario y Partido de la Revolución Mexicana.
Así empezaron muchos momentos estelares y otros ingratos en una larguísima etapa de gobierno de partido único, lo que guste o no, marcó el perfil de un país que conoció etapas notables de desarrollo, pero igualmente de atraso, en lo que fue una combinación de circunstancias históricas que el partido que las generó no pudo conciliar, lo que prácticamente resultaba imposible. Por eso, con toda y su prosapia revolucionaria de origen o ascendencia, el PRI fue removido del poder primero en dos ocasiones seguidas por un añejo adversario suyo, el PAN, y luego un contrincante partidista muchísimo más joven, Morena, que igualmente ha triunfado electoralmente en dos ocasiones seguidas. Es el caso que hoy por hoy un partido como el PRI, con toda y su ascendencia o prosapia revolucionaria, está en distante lejanía del poder en casi todo el país. Sí: lejos de la Presidencia, gubernaturas, cámaras legislativas federales, congresos locales, alcaldías, regidurías.
Los tiempos de hoy en un país como México han cambiado de revolución a transformación, que, aunque se parecen, no son exactamente iguales. El término transformación está en todas las voces y en todas las definiciones. ¿Signo de los tiempos? Sin duda alguna. En este país los ánimos revolucionarios que surgieron en 1910 se anquilosaron con el paso del tiempo y, en más de un sentido, terminaron por ser iguales a todo aquello que se combatió en la gesta revolucionaria.
Tal es la paradoja que la historia muy probablemente no quiso dejar pasar y asumió cobrar en los términos en que ha sucedido, es decir, política y electoralmente con beneficios para unos y perjuicios para otros. Quizá nada de lo que se describe signifique mayor novedad bajo el sol. Aunque no deja de ser paradójico que un partido que en su misma denominación y siglas correspondientes lleva la esencia de sus motivaciones revolucionarias, ha venido perdiendo la confianza electoral de la ciudadanía.
Y aquí el problema no debe ser tanto el sentido de la pérdida, que de suyo es algo que no puede ignorarse, sino la forma en que el país logre una ruta normal de crecimiento bajo siglas políticas novedosas que han acreditado popularmente su derecho a estar en el gobierno, como están, después de un tránsito no tan agitado o violento como el que se recorrió en el principio de todo. En esta coyuntura no hay ningún dilema de por medio, dicho sea, por lo menos en una visión de conjunto. El partido heredero de los afanes o las glorias revolucionarias, vive hoy en este país una coyuntura en extremo complicada. Incluso, no falta quien diga que insalvable.
Podría ser. Eso es algo que sin duda no deberá pasar mucho tiempo para que termine por deslindarse del todo. Hoy mismo quienes hacen política al amparo de principios revolucionarios, no están precisamente bien avenidos del todo, sino que han suscrito divergencias que no resulta fácil conciliar de buenas a primeras. Se diría que la política es así y no se ve cómo ésta pudiera cambiar de modos o formas. Entonces ya no sería política, diría alguien. Y tendría razón. El caso es que la revolución hecha en este país, y que, sin duda, ayudó significativamente a conformarlo como tal, ha cumplido un año más.
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