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Las Plumas

¡Quiero mi cocol!

Jesús Huerta Suárez

¿Es nuestra vida tan insulsa que constantemente necesitamos substancias para evadir la realidad o darle un poco de sabor a la existencia?

¿Somos tan débiles que no podemos vivir sin meternos alguna droga?

¿Somos tan infelices que requerimos dosis artificiales de felicidad?

¿Es tan obscuro nuestro entorno que requerimos pociones para iluminarlo?

¿Nos duele tanto el cuerpo y el alma para estar siempre en espera de la siguiente dosis?

¿Somos tan hedonistas que nada es más importante para nosotros que buscar el placer por el placer en sí?

No se trata de juzgar a nadie en específico, porque cada quien conoce su caso personal, se trata de hablar en plural, porque cientos de miles de los que vivimos en esta ciudad y en este Municipio estamos siempre inmersos en la necesidad o el gusto de estar consumiendo una o varias substancias ilícitas o legales. Así somos; así nos crearon; así nos enseñan en los medios de comunicación; así nos dicen en muchas canciones… así se acostumbra por acá.

La cosa es que ahora las consecuencias de nuestras adicciones, esa enfermedad crónica y recurrente del cerebro que se caracteriza por una búsqueda patológica de la recompensa o alivio a través del uso de una sustancia u otras acciones, nos están cobrando la factura y a muy alto costo.

Primero, esta violencia inaudita que estamos viviendo y que crece cada día como resultado del querer “controlar la plaza”, de ser “los buenos” en surtir de drogas a este gran mercado. Segundo, la violencia intrafamiliar que casi siempre es el resultado de los excesos; así como los accidentes, violaciones, robos, homicidios, peleas, desencuentros, distanciamientos y demás calamidades que el abuso de las sustancias genera, además de ausentismo laboral, enfermedades crónicas, miseria y confusión.

Claro, muchas de las drogas o substancias de las que nos gustan son recreativas, legales o nos tienen con la panza llena y el corazón contento, incluyendo finos tragos en honor al dios Baco que acercan a los amigos y a las musas, pero que cuando menos pensamos nos atrapan en su poderoso vórtice y nos alejan de la sobriedad, la salud física y mental y de vivir en el aquí y el ahora, lo que nos llena de insatisfacción para volver a empezar con el eterno círculo vicioso de las adicciones.

En efecto, la nuestra es una ciudad llena de adictos de todos tipos, colores y sabores. Eso no se puede negar, y el primer paso para enfrentarlo, es reconocerlo.

Jesushuerta3000@hotmail.com