Problemas en el PRI
La forma de combatir a sus adversarios que ha evidenciado Moreno Cárdenas, se advierte muy elemental o primitiva por la agresividad con que la ejerce
Para no perder estilo, diría quien no lo tiene, hablemos un tanto de política, una actividad que hoy muestra muchos sobresaltos, por lo menos por el lado que tiene que ver con el PRI y sus desventuras en el contexto de una serie de problemas recientes suyos, tratando de adecuarse a una siempre deseable modernidad política. Aunque la verdad, no parece que resulten de mucha modernidad práctica o filosófica las broncas que se han generado en el interior del tricolor, con la ratificación de mando alcanzado allí por Alejandro Moreno Cárdenas.
Es probable que nadie haya pensado que de pronto las huestes priístas, de suyo siempre tan serias y formales, habrían de caer en la frontal división que hoy protagonizan sin mayores recatos de por medio. No puede negarse que de alguna forma se vio venir este conflicto partidista al que se alude. Así tuvo que ocurrir desde el momento mismo en que “Alito” (como también se identifica al líder priísta) hizo saber su intención de tomar posesión como amo y señor del legendario Partido Revolucionario Institucional.
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Con actitud beligerante o pleitista, Moreno Cárdenas pronto evidenció que combatiría a quienes objetaran las acciones de su mando absoluto en las clásicas siglas partidistas que dominaron la política en México por larguísimo tiempo, y que hoy, acaso, hayan caído en un principio de naufragio en extremo peligroso e insalvable.
Sin embargo, la forma de combatir a sus adversarios que ha evidenciado Moreno Cárdenas, se advierte muy elemental o primitiva por la agresividad con que la ejerce. Se advierte de esta manera, porque prácticamente de un solo plumazo, quiere correr del PRI a todos quienes se le oponen y que en público, como tenía que ser, han marcado distancia con “Alito” y las intenciones reeleccionistas que ya evidenció y que logró para sí en el seno del partido. Por eso allí, en el PRI, de momento las buenas formas políticas y el urbanismo en la materia se han guardado para una mejor ocasión por parte de la dirigencia.
El problema es que no se sabe cuándo podrá ocurrir esa difícil mejor ocasión. Los ánimos de los contendientes priistas dentro del mismo partido se han tensado y es difícil que vuelvan a encontrarse. Cabría decir que allí, en ese partido, sus grupos y algunos de sus personajes más notables, han pintado la clásica raya que en un buen pleito separa a los contendientes antes de llegar a los golpes. Lo que se quiere decir con lo anterior, es que, por más buena óptica que se le quiera aplicar al conflicto, no parece que allí la situación vaya a tener alguna forma de regreso.
En otras palabras, significa lo anterior que está ya en curso (o debe estar a punto de iniciar) uno de los grandes momentos históricos suyos, por los que el PRI tendrá que enfrentar o definir la clase de futuro que le aguarda. Nunca debió ser recomendable o deseable que lo hiciera en un marco de hostilidad o beligerancia de gran calado, como es el que se advierte hoy en esta coyuntura. Pero ni modo. No en balde suele decirse que la historia no acostumbra pedir permiso. Tal es el riesgo para un partido como el PRI. Aunque acaso no podía esperarse otra cosa.
El PRI, o una buena parte de los suyos, tenían que librar la batalla que hoy ha tomado forma en su ámbito desde los más altos niveles de mando y militancia. Sin embargo, el problema se agudiza con la amenaza de expulsión que empieza a pesar sobre algunos militantes destacados suyos. Este expediente represivo no tiene mayor originalidad, porque, en efecto, no arregla ni compone nada. Al PRI le hace falta librar una verdadera y gran batalla interna que ponga en claro verdaderamente hacia dónde y cómo quiere marchar a partir de la coyuntura de hoy.
Sin embargo, queda en claro que su dirigencia actual optó mejor por cerrar la puerta y transitar mejor por caminos muy propios y trillados, sin querer advertir las difíciles (y quizá hasta mortales) circunstancias que rodean hoy por hoy a un partido como el tricolor, necesitado de oxígeno y ánimo, y no de pleitos internos que sólo podrían llevarlo al borde del precipicio, como parecería que lo están empujando a ese límite. Ha quedado claro que la dirigencia priísta actual no dará su brazo a torcer en nada y por nada. Logró ya la vigencia de la reelección en los cargos de mando partidista. Supone que así ganó la partida. Habría que dudarlo.