Primeros pasos del año
Un ciclo que comienza
Fijarse en los primeros pasos de un Año Nuevo puede ser un ejercicio tan llamativo o aburrido como cada quien lo disponga. Existe, sin embargo, una tradición seguida a pie juntillas que induce a subrayar con profunda reverencia personal y colectiva el arribo de otro ciclo de 12 meses. Debe ser muy grande esa emoción personal o colectiva que en regiones como las de este sur norteño (se puede decir así), es común despedir al año viejo y saludar al Año Nuevo con una apabullante y desordenada sinfonía pirotécnica y otra con disparos de arma de fuego que ni siquiera en el viejo Oeste norteamericano debieron escuchar alguna vez al unísono sin que viniera necesariamente al caso.
Pero es obvio que, más allá de una y otra de esas ruidosas y agresivas modalidades, siempre se asume como algo reconfortante y pertinente reconocer el comienzo de un ciclo anual al amparo de un estruendo ambiental y saludos personales con francos y estimulantes ánimos por el bienestar propio y familiar. La que se describe es una costumbre que se ejerce con el mejor de los ánimos en el contexto fraternal y amistoso. Desear lo mejor en el año que comienza es una manifestación personal que compromete a todo mundo en el marco de augurios que ojalá se realicen plenamente.
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También significa una especie de rito que nadie quiere perderse al despuntar en la noche el primer segundo o minuto del Año Nuevo y luego cuando, a clara luz del día, la buena nueva tomó ya pleno curso y ya está expandiéndose por todos lados gracias a la clásica salutación propia y tradicional. Ciertamente, los tiempos de hoy podrán tener la coloración que cada quien quiera adjudicarles, pero resulta claro y contundente que la Navidad, la Nochebuena y el Año Nuevo son los momentos más preciados en el ánimo personal y colectivo del grueso de la población.
A la hora de la hora, empero, el año que recién llega siempre suele hacerlo en un contexto de inquietud, temor y sobresaltos. Se supone que debería ocurrir exactamente lo contrario. Sucederá así en otras latitudes geográficas del orbe. Pero no en las nuestras. No es difícil comprobar la certeza de estas afirmaciones. Históricamente, en México siempre suele existir una especie de nube negra sobre el año que comienza en un marco con infaltables problemas políticos y de carácter económico o social que le aguardan. Este es y ha sido una especie de cuento de nunca acabar.
Al Año Nuevo, sin embargo, suelen atribuírsele virtudes mágicas o sobrenaturales, por lo que bastará y sobrará con que formalice su arribo para que todo, por lo menos en teoría, empiece a resolverse un tanto por sí solo. Nunca ha sido malo (ni lo será) tener esperanzas frente o por el arribo de un nuevo ciclo anual de vida. Al contrario, debe ser hasta obligatorio mostrar confianza en el futuro, pero sin llegar al extremo de que bastará y sobrará con la apertura de un nuevo tiempo colectivo para que todo quede resuelto al conjuro de un artificial y clásico acto de magia.
Ojalá y eso resultara posible. Por desgracia, los hechos no funcionan así. La desbordada y feliz ambientación que genera el Año Nuevo se disipa con rapidez, dicho sea, con lamento. Es entonces cuando la realidad recobra sus fueros, de suyo ingratos, también dicho sea sin asomo de amargura. La nuestra es una realidad con muchos contrastes que una y otra vez han estado y están allí a la espera de que se les finiquite. Hay que confiar que este 2025 que apenas despunta traiga consigo verdaderamente soluciones prontas para adecuar y sostener el desarrollo del país, más allá de las altas y bajas que hoy mismo se están pronosticando al respecto.
Como siempre, el comienzo de un año siempre suele ser una buena oportunidad para formular o replantarse metas y objetivos personales, una actitud que obviamente también vale, por supuesto que sí, para un contexto de orden nacional, y más cuando existen de por medio apremios al respecto que no pueden ignorarse. Por lo demás, ningún Año Nuevo puede conocerse del todo en sus manifestaciones hasta que éstas empiezan a tomar forma. Siempre será ideal que esas medidas sean las propias y pertinentes para el contexto en que serán o deben ser inscritas.
De esta manera, en el ámbito estrictamente personal o en el propio del entorno familiar, un Año Nuevo será siempre mejor que el anterior, dependiendo de la corrección de las medidas que se adopten de una u otra manera frente a las circunstancias que resulte propio afrontar. En el orden gubernamental, con las diferencias que vale entender, la actitud tendría que mostrar la misma orientación. Por lo menos tal es lo que cabría esperar. Veremos...
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