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Las Plumas

¿Por qué los mexicanos, que gritamos en los estadios?

Bien usadas, no hay ni buenas ni malas palabras

¿Por qué los mexicanos, que gritamos en los estadios?

¿Por qué los mexicanos, que gritamos a voz en cuello "¡Puto!" en los estadios, no podemos decir en la conversación de sobremesa la palabra "culo"? Quien la diga será tildado de vulgar, y si es menor de edad se le enviará a comer en la cocina. Recordemos la historieta según la cual un sujeto iba con su hijo pequeño por una calle cuando pasó a su lado una mujer de trasero exuberante. No pudo contener su admiración el individuo, y se le salió decir en voz baja, como para sí: "¡Qué buen culo tiene esa mujer!".  Le preguntó el niño: "¿Qué dijiste, papi?". Confuso y apurado acertó el señor a responder: "Dije que qué buen búho tiene esa mujer". Nunca lo hubiera dicho. El crío empezó a bombardearlo con preguntas acerca de los búhos: qué son, dónde viven, qué comen, si duermen de día o de noche, cómo se llaman las esposas de los búhos, cada cuándo tienen buhitos, cuánto tiempo tardan en aprender a volar. A cada pregunta fue dando respuesta el infeliz papá, hasta que, harto ya de las continuas interrogaciones, estalló por fin, exasperado: "¡Ya basta de búhos! ¡Lo que dije fue: 'Qué buen culo tiene esa mujer'!". Quizá no habría problemas en el futbol mexicano si los aficionados, en vez de gritar: "¡Ehhh puto!" gritaran: "¡Ehhh búho!", sin admitir ulteriores preguntas por parte del equipo visitante y de sus hinchas. Antes se hablaba de buenas y malas palabras. Yo digo que, bien usadas, no hay palabras buenas ni malas. Si una palabra existe es porque sirve a un propósito, y por ese solo hecho es buena. La carta de naturalización de una palabra es su utilidad. Imagino que en sus noches de insomnio las palabras rezan para que no desaparezca el objeto al cual designan, porque entonces ellas desaparecerán también. Dejó de usarse el polisón, armazón de varillas que se ataban las mujeres a la cintura para abultar sus vestidos por la parte posterior, y cayó en total desuso la palabra. Vocablos que en el pasado se escuchaban mucho, como "solterona", ahora no se oyen más, porque han dejado de existir las solteronas en este tiempo en que no es forzoso ya que una mujer vaya al matrimonio para realizarse como persona. Pero advierto que estoy divagando. (En eso me la he pasado desde que tengo memoria). Mi original propósito era narrar el cuento de aquel terrateniente que estaba orgulloso de su perro, un mastín de fiero aspecto con el cual solía pasear en las tardes por el camino que conducía a la aldea. Una de esas veces venía en dirección contraria un campesino, y el feroz animal se lanzó sobre él con intención evidente de morderlo. Mala fortuna. El hombre le partió la cabeza con su hacha, y ahí acabó para siempre la ferocidad del can. El dueño del mastín se enfureció. "¡Maldito! -increpó con ira al individuo-. ¿Por qué hiciste eso?". "Su perro me iba a morder" -replicó el hombre. Rebufó el otro: "¿Y por qué no lo golpeaste con el culo del hacha, desgraciado?". Razonó el campesino: "El perro no me iba a morder con el culo". Lo dicho: ni buenas ni malas palabras. Palabras nada más, una de las mayores riquezas con que la especie humana cuenta. Lord Highrump y su esposa viajaban en un crucero por el Nilo. Una tarde el capitán del barco invitó al lord al salón fumador a tomar el té junto con la oficialidad del navío. En el curso de la conversación dijo milord: "He tenido mala suerte en el casino; he perdido en la mesa de whist y no he sido el mejor en el tenis de mesa, pero de una cosa puedo presumir: soy en el barco el que más ha disfrutado el sexo en el curso de la navegación, porque mi esposa hace el amor extraordinariamente bien". El capitán y todos sus oficiales dijeron al unísono: "Es cierto". FIN.

MANGANITAS.

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