Esta mañana la esposa de mi amigo y yo despertamos juntos... otra vez, en el mismo hotel de paso que solíamos frecuentar cuando su marido salía de la ciudad. Lo nuestro no era amor, era más bien una fuerte pasión que parecía aumentar con el paso del tiempo. Ni cómo hacerle para apagar el fuego que con solo ver a sus ojos se encendía en mi alma haciéndome olvidar de todo y de todos, incluyendo a mi vieja y mis hijos.

Y, esta mañana, ni tan temprano, por cierto, no era diferente a las anteriores, pues la crudota espantosa nos estaba volviendo a jugar las contras a los dos, y es que casi nos amanecimos con esa cocaína tan buena que le pellizqué al paquete del patrón, y todas esas cervezas y tabacos sin cenar nos pegaron bien duro a los dos. Tanto que antes que cualquier otra cosa salté de la cama al baño a vomitar.

Nos bañamos juntos y ahí a como pudimos completamos el mañanero. Sí, ya no estamos tan jóvenes y tantas cosas que nos metemos nos están cobrando la factura, pero mientras hay que darle al cuerpo lo que pida. Nos peinamos, nos vestimos y nos despedimos. Cada quien agarró su camino. Ella a su casa y yo a la chamba. Revisé el teléfono y ya tenía la larga lista de mensajes de siempre solicitando las mismas cantidades de perico y crico de siempre. Qué friega, dije para mis adentros, pero hay que darle, que nada se paga solo, y armé el programa de entregas del día. Ya para la tardecita terminé de surtir los pedidos, que es parte de mi trabajo, además de hacer todo lo que el jefe me pida, incluyendo quebrar a quien haya que quebrar.

Ya en la noche, le caí a casa de mi comadre Cuca quien me había pedido ayuda para desafanar unas joyas bien calientes que se apañó, y digo calientes porque eran de alguien muy conocida y el robo fue con violencia, había que deshacerse de ellas cuanto antes, y es que también acuchillaron a la doña de la casa al oponer resistencia.

Las pesamos, las pulimos, les quitamos la sangre a algunas y buscamos compradores en el mercado negro. Aprovechamos la reunión para tomarnos unos tequilas y unos toquecitos de hierba que le bajamos a un loco del barrio. En eso estábamos cuando nos cayeron unos chotas por la mochada semanal. Ni modo, así es esto, y se las dimos, ella por sus transas y yo por las mías. Ahí estuve un rato en que la Cuca loqueando y chambeando hasta que me dio mucha hambre y me tendí a los tacos de carne asada de la vuelta. Pedí cinco tacos de harina mixtos con carne y tripita, me supieron a gloria pero, ya, cuando le estaba hincando el diente al quinto taco, me acordé que es viernes de Cuaresma y que no se come carne porque es pecado. Ya qué.