Nuevo presidente de EU

Ante discurso de Trump

Por: Gerardo Armenta

Es probable que pocas veces se haya seguido con tanta atención la ceremonia de toma de posesión de un nuevo presidente de Estados Unidos. Tradicionalmente de suyo importante un evento de esa naturaleza, el lunes anterior su realización debió colmar expectativas de muy diverso origen e interés, empezando por las propias de quienes con su voto en el país vecino hicieron posible el triunfo electoral de Donald Trump.

En el exterior, y particularmente en un país como el nuestro, ese triunfo distó mucho de generar un ambiente festivo o solidario. Ocurrió todo lo contrario por el modo en que Trump hizo descansar una buena parte de su campaña electoral (dicho sea, sin exageración) en temas o problemas que tenían o tienen que ver con México. Obviamente prometió corregir todo lo que le vino en mente sobre la relación entre los dos países, pero prácticamente desde una posición de fuerza entre policiaca y militar, además de insultante.

A nadie en este país sorprendió esta actitud suya. Resultó simplemente la que se esperaba sacara a relucir en su gran momento de tomar posesión. Trump parece tener una serie de obsesiones con respecto a México y los mexicanos. Las tiene de hecho. El único problema, empero, es que esas actitudes o fijaciones a menudo revelan una personalidad difícil, áspera y de trato complicado. Por eso la facilidad con que él supone conducirá a su país hasta convertirlo en una potencia muy superior a la que es hoy.

Su discurso de toma de posesión fue un canto a la grandeza desbordada. Resultó así porque todo lo dio por hecho en función de sus meras y prosaicas palabras y las ya famosas órdenes ejecutivas. Por ejemplo, dijo que lo que denominó "la edad dorada de América" empieza ahora. (Cuando habla de América se refiere exclusivamente a su país, no al continente). Trump dijo en su discurso: "A partir de este día, nuestro país florecerá y será respetado otra vez en todo el mundo. Será la envidia de todas las naciones y no permitiremos ya que se aprovechen de nosotros".

Con desbordada seguridad en sus aptitudes, Trump aseguró: "Regreso a la Presidencia con confianza y optimismo de que estamos al inicio de una nueva y emocionante era de éxito nacional". Postuló: "Mi reciente elección es un mandato para revertir completa y totalmente una horrible traición". Y definió para que no quedara ninguna duda: "A partir de este momento la declinación de América ha terminado".

Sin asomo de modestia, dijo también que en los últimos ocho años ha sido sometido a más pruebas y retos que cualquier presidente "en nuestros 250 años de historia". Dijo que han tratado de privarlo de la libertad e incluso de su vida. Recordó: "Hace apenas unos meses la bala de un asesino atravesó mi oreja". Dijo que sintió entonces, y que lo cree mucho más ahora, que su vida se salvó por una razón. Expuso: "Dios me salvó para hacer grande a América otra vez".

Y parecería que rápidamente pondrá manos a la obra para lograr esa grandeza. Para empezar, declarará un estado de emergencia en la frontera con México. Estados Unidos no permitirá ningún ingreso ilegal. También empezará un proceso para devolver a millones de extranjeros "criminales" a los países de que procedan. Más vale creer que el nuevo presidente de Estados Unidos (por segunda ocasión) habla en serio. No parece que alguien tan agrio y cortante como Trump tenga alguna noción relacionada con el sentido del humor.

En contra de lo que se pensaba, el nuevo presidente norteamericano no inició de inmediato las que se esperaban diversas y muy anunciadas medidas en contra de México. Habría sido el colmo una actitud de esta naturaleza. Pero Trump apenas está empezando su gestión convencido de que está llamado a idear o encabezar grandes realizaciones en un país que, como el suyo, en su óptica necesita de un guía de grandes alcances...como él. Tal es el riesgo con personajes que se creen dotados de virtudes excepcionales para el arte de la gobernación, uno de los más difíciles que sea dable invocar.

En realidad, esta historia apenas empieza. Una historia que, sin embargo, no se advierte muy reconfortante para un país como el nuestro, tanto en su trazo como en las declaraciones que la sustentan allende la frontera. No parece, en todo caso, que la vecindad geográfica o territorial entre nuestro país y Estados Unidos tendrá glorias significativas en los tiempos por venir.

armentabalderramagerardo@gmail.com


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