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Las Plumas

Noche de bodas

Noche de bodas

Antes de proceder al debido procedimiento él le preguntó a ella, solemne e inquisitivo: "Dime, Dulciflor: ¿soy yo el primer hombre?". Respondió ella, divertida: "¡Qué preguntas haces, Terebinto! Tú bien sabes que el primer hombre fue Adán. Lo dice la Biblia en el Génesis, primer libro del Pentateuco, al cual siguen Éxodo, Levítico.". "Lejos estoy de referirme a eso -la interrumpió el desposado-. Lo que quiero saber es si soy el primer hombre con quien has tenido comercio carnal". Contestó ella: "Jamás he percibido cantidad alguna por eso, de modo que no creo que lo que he hecho pueda calificarse de comercio". Terebinto empezó a impacientarse. "Basta de evasivas -le dijo con enojo a Dulciflor-. Dime si antes de mí has ido con otros hombres a la cama". "Con cuatro he ido -manifestó ella-. Pero ésa es una buena noticia para ti y para mí: no hay quinto malo".  Serendipity. La invención de esa palabra se atribuye a Horace Walpole, escritor inglés. El término -la Academia Española lo recogió como "serendipia"- sirve para nombrar un hallazgo afortunado que se hace por casualidad cuando se buscaba algo diferente. Le sucedió a Pepito. Jugando con el pequeño estuche de química que su papá le regaló en su cumpleaños dio por accidente con un cierto líquido a cuyo contacto las cosas se endurecían. Eso no era lo que el chiquillo quería encontrar: en realidad quería producir una sustancia pestífera para regarla en el salón de clases de su escuela. Llegó el abuelo, y Pepito le hizo una demostración de su descubrimiento. Mojó en el líquido un cordón, y el tal cordón cobró una consistencia de metal, tanto que el niño pudo clavarlo en la pared con un martillo. Intrigado, el abuelo le pidió el líquido. "Haré otra prueba con él -le dijo a su nieto-. Si funciona te daré 500 pesos". Al día siguiente el señor le entregó a Pepito, con una gran sonrisa, mil 500 pesos. "Abuelo -le recordó Pepito-. Me dijiste que me ibas a dar 500 pesos". "Y te los estoy dando, hijo -respondió el abuelo, feliz-. Los otros mil te los envía tu abuela". Tres amigas, maduras ya las tres, y célibes, fueron de paseo al campo. De pronto se toparon con un hombre que en cuero de rana, como decía Borola, o sea sin ropa, se bañaba en las frescas linfas de un regato. Al ver a las mujeres el individuo tomó apresuradamente su sombrero y se cubrió con él las consabidas partes. Advirtieron su turbación las tres y rompieron a reír. Eso mortificó al sujeto. Las reprendió, severo: "Si fueran ustedes unas damas no se reirían de mi apuro". Replicó una de ellas: "Y si fuera usted un caballero se quitaría el sombrero". A los 15 años de casada doña Telena se divorció de su marido, un tipo intolerante e intolerable. El juez de los divorcios le preguntó: "¿Cuál es su edad, señora?". Respondió ella: "35 años". "¿35 años? -repitió el juzgador-. Según su acta de nacimiento tiene usted 50 años de vida". "¡Ay, señor juez! -suspiró doña Telena.-. ¿Llama usted vida a los 15 años que viví con ese desgraciado?". Llegó la tropa a un pueblo, y el sargento Mate habló con el general Popo: "Mi general, éste es mi pueblo, y aquí vive mi esposa. Le pido una hora de permiso para ir a verla". "Está bien -concedió el mílite-. Pero nada más una hora". Pese a la orden de su superior el sargento tardó en llegar. El general lo amonestó: "Le di una hora de permiso, y usted se tomó siete". "Puedo explicar eso, mi general -replicó el sargento Mate-. Tenía más de un año de no ver a mi esposa. Cuando llegué a mi casa ella estaba tomando un baño de tina. Y mi uniforme tardó seis horas en secarse". FIN.

    

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         ¡A mí se me han hecho mil!".