Conforme pasa el tiempo, cual río que va al mar, las cosas a nuestro alrededor y en nuestro interior van cambiando inevitablemente para bien o para mal, y esos cambios dependerán de cómo hayas vivido, de qué has aprendido, por dónde has andado, lo que has visto, escuchado, tocado, olfateado, porque no hay nada en el entendimiento que no haya pasado por los sentidos. Tus sentidos y los míos y los de cada quien, son los que les dan forma a los pensamientos que cuando menos piensas terminan dándole forma a nuestra realidad. Realidad que nos permite entender, aunque sea un poco, a Pascal Bruckner cuando habla de que "la edad humaniza el paso del tiempo, pero también lo hace más dramático". Dramático o como gustes llamarle a las cosas y sensaciones que ahora te comienzan a interesar como por ejemplo, contemplar el bien como un aliciente para tu vida que se puede traducir en el interés por cuidar a la naturaleza, en donar órganos para quien los llegara a necesitar, en amar a los animales, en ver en cada niño los anhelos de la humanidad entera, en gozar de las bellas artes como si fueran una revelación, en cambiar cada vez más momentos de silencio por las viejas canciones que antes te estremecían, en aceptar que la memoria suele irse diluyendo entre tantos recuerdos sin que te preocupe tanto, en escuchar la voz de tu cuerpo que te dice qué debes y qué no debes de comer y beber, en cambiar cada vez más seguido una buena fiesta por una buena siesta sin sentir que te pierdes de mucho, en buscar la cama pero en otra variedad, en la urgencia por encontrarle sentido a tu vida que se te escapa entre los dedos.
Ahora, sientes que debes reinventarte porque ya supiste que la rutina mata. Y vuelves a contemplar la idea de hacer el bien, y de tratar de domar un poco la lengua que te hace hablar demasiado estando solo o acompañado, y es ese frenesí el que te llega a agobiar mientras intentas armar y estructurar pensamientos lo más cuerdos posibles porque crees que en algo a los demás podrán ayudar, aunque quizás solo sean chorros de ego que salen por tu boca en forma de palabras.
Y, así, la juventud se va yendo pero ya no te importa tanto como cuando eras más joven, porque ahora sabes muy bien que no quieres vivir por siempre, y que no es digno ni es sano aferrarse a las cosas, sobre todo cuando es por miedo. Eso sí, el amor por los libros y las estrellas creo que nunca se acaba, lo mismo que los achaques y los dolores propios del paso del tiempo que aquí nos tiene muriendo lento. Salud.