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Las Plumas

Los tirabichis

Jesús Huerta Suárez

“¿Puedes creer que después de recoger la basura por 33 años me hayan jubilado con mil pesos a la quincena?”— Me preguntó a bocajarro Rosalío.

¿Mil pesos a la quincena?—no puedo creerlo, le dije.

“Pues sí; eso me toca de pensión después de pasar casi toda mi vida de tirabichis”, comentó.

Y yo que ni idea tenía de cuánto le podría tocar a alguien que se jubilara de este noble oficio…

Y me contó que había estudiado hasta tercero de primaria, por lo que había batallado mucho para encontrar empleo, hasta que un día, a sus 17 años, gracias a unos familiares pudo conseguir trabajo en el área de Servicios Públicos del Ayuntamiento de Cajeme... —“Duré tres meses en acostumbrarme a este trabajo, pero nunca pensé que me quedaría ahí durante tanto tiempo, contó, y que pensaba que su pobre sueldo se podría a completar con cosas que se encontrara en la basura, pero dijo que nunca encontró nada de valor.

Le pregunté que si por qué les decían tirabichis y me dijo que esto se debía a que un día en su ruta encontraron una caja de cartón que alguien había tirado, con un niño desnudo en su interior. Fue una noticia que todos comentaron y desde entonces les comenzaron a llamar los tirabichis.

Su trabajo es pesado y mal pagado. Más se batalla, aseguró, durante el tiempo de verano, cuando los olores nauseabundos se intensifican. Respirando tierra sucia y microbios, por lo que había que usar siempre un tapón en las narices. “Gracias a Dios nunca me dio lepra, como a otros, o alguna otra enfermedad por tanta suciedad. Corrí con suerte”, agregó orgulloso, “no como otros compañeros que seguido se enfermaban, y hasta hubo uno que lo vi morir degollado por la plancha de presión cuando trataba de salvar a unos perritos que venían en la basura, y sin querer el piloto accionó la palanca. Fue terrible”— me dijo con voz triste. “Lo enterramos, y al otro día todo siguió igual. Las burlas de los ciudadanos y de los amigos, nunca nos faltaron, pero yo me sentía contento de que con ese arduo oficio, haya podido sacar adelante a mis 10 hijos, quienes nunca, ninguno, me reprocharon o se avergonzaron de mi labor, menos mi querida esposa, para quien siempre, en cuanto llegaba del trabajo, me bañaba y me cambiaba de ropa para no darle mal aroma”.

Rosalío, como muchos de los que a esto se dedican, quedaron chuecos, con hernias, o con algún problema en la columna, sobre todo en los tiempos en que la basura se tiraba en tambos de 50 y 100 litros.

“No es justo, — dijo, —‘que den un sueldo tan bajo por un trabajo tan difícil. Y es que no saben lo que es levantar un perro muerto y quedarte con los puros huesos en las manos, mientras lo demás cae al suelo lleno de gusanos, en jornada de siete de la mañana a 7 de la noche, entre papeles de baño que deberían estar en el drenaje. No; no saben. Si al menos unos 300 pesos más a la quincena nos dieran”, imploraba... “y fueron muchos los candidatos que nos prometían aumentos, pero nomás llegaban a la presidencia, y nada”, —afirmó, molesto; mientras yo recordaba cómo en las administraciones públicas se gastan millones de pesos en pitos y flautas, entre tanto don Rosalío y los demás sigue esperando un aumentito sin que a nadie parezca importarle.

“El dinero es un crimen, repártanlo justamente, pero no me vayan a quitar nada” Pink Floyd

Jesushuerta3000@hotmail.com