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Las Plumas

Los árboles

Jesús Huerta Suárez

Mi madre y yo lo plantamos en el límite del patio

donde termina la casa,

fue mi padre quien lo trajo, yo tendría cinco años, y él

él apenas una rama…

Y pasaron los años, hasta que un día, cuando llegó la tarde, los pájaros y las palomas retornaron a su hogar en busca de sus nidos y de sus críos, pero el árbol en donde ellos tenían sus casas ya no estaba, es que, por la mañana, poco después de que todos ellos salieran a llevar sus cantos a otros lados, y a buscar algo de comer para sobrevivir un día más, llegaron los del Ayuntamiento de Cajeme y en pleno verano, la época menos indicada para hacerlo, arrasaron con unos nobles árboles que ya tenían más de 20 años de vida, que porque alguien así lo solicitó porque los árboles habían osado tirar basura en su casa, (los árboles no tiran basura, tiran hojas que son alimento para que la tierra nos pueda seguir dando alimentos, pero ellos no saben eso, ni muchas otras cosas tan simples como toda la vida que depende de ellos).

Sí, devastaron esos bellos árboles y se llevaron la sombra, la vista, el oxígeno, los nidos, los pájaros y muchos recuerdos junto con ellos, como cuando era un niño y no veía bien y sus hojas me parecían como pelotas.

Y es que desde que comenzamos a creer que las personas somos más importantes que los animales y las plantas, este mundo comenzó a morir, y vaya que va a un ritmo acelerado, tan rápido como nuestro afán de acabar con la naturaleza. Somos torpes y soberbios, y eso se paga a un alto costo.

Los árboles han sido testigos del paso inexorable del tiempo; estaban ahí cuando enlazaste tu nombre con un corazón y el nombre de tu primer amor. Han estado ahí aguantando las inclemencias del tiempo para darnos casa, comida y sustento y aun así, los tratamos como enemigos. Somos tontos.

No olvidemos que ellos llegaron antes que nosotros a esta tierra. No nos pertenecen; sin embargo nos dan mucho. Son ellos los que le dan una identidad propia a cada rincón del mundo. Bajo de ellos hemos descansado tras una ardua jornada de trabajo, hemos amado, llorado, reído, cantado y hemos comido sus frutos desde que Adán y Eva andaban desnudos por ahí, incluso, desde que el mundo comenzó a dar vueltas, ellos ya estaban ahí como complemento imprescindible para la tierra. Nuestra madre tierra, en donde sin ellos no habría vida. Somos uno mismo, y merecen todo nuestro afecto y respeto, pero son ellos también mudos testigos de nuestros desaciertos. Ellos inundan con su aroma y color nuestro alrededor. Refrescan el ambiente y cubren los caminos con alfombras de hojas y flores de muchos colores. Siémbralos, riégalos, cuídalos, pero antes de plantarlos analiza bien el lugar para que luego no tengas que derrumbarlos, porque un día serán unos gentiles gigantes que sonriendo te dirán ¡mírame estoy lleno de nidos! Y son para ti, para que desde el cielo las aves canten para ti…

Mi árbol quedó

y el tiempo pasó

hoy bajo su sombra

que tanto creció

tenemos recuerdos

mi árbol y yo.

Jesushuerta3000@hotmail.com