El pasado 11 y 12 de octubre, miles de peregrinos se reunieron en la Plaza de San Pedro para celebrar el JUBILEO DE LA ESPIRITUALIDAD MARIANA. Bajo la mirada luminosa de la imagen original de Nuestra Señora de Fátima, el Papa León XIV recordó al mundo que toda espiritualidad auténticamente cristiana tiene un centro inamovible: Jesucristo.
En tiempos marcados por la prisa, la dureza y el egoísmo, el Santo Padre invitó a REDESCUBRIR LA HUMILDAD Y LA TERNURA COMO VIRTUDES DE LOS FUERTES, NO DE LOS DÉBILES. María —dijo— es el modelo perfecto de esta fuerza que no grita, que no impone, sino que transforma desde el amor silencioso.
El Jubileo no fue sólo una celebración, sino un llamado: volver a mirar a María para aprender de ella el arte de vivir en la gracia. Su ternura no es sentimentalismo; es el rostro visible del amor de Dios que se inclina hacia el hombre herido para levantarlo.
ILUMINACIÓN BÍBLICA
El Papa León XIV citó a san Pablo: "Acuérdate de Jesucristo" (2 Tim 2,8).
Esta breve exhortación encierra el secreto de toda espiritualidad: recordar a Cristo en todo momento, en cada circunstancia, en la alegría y en la cruz.
María fue la primera en vivir este recuerdo constante. Todo en ella se dirigía hacia su Hijo: sus palabras, sus silencios, sus gestos. Por eso, cuando miramos a María, nuestra mirada se eleva inevitablemente hacia Cristo.
El Santo Padre recordó también LAS PALABRAS DEL PAPA FRANCISCO EN EVANGELII GAUDIUM:
"Cada vez que miramos a María, volvemos a creer en la fuerza revolucionaria de la ternura y del afecto."
Esa ternura tiene una raíz bíblica profunda. En el Magníficat, María canta a un Dios que "derriba del trono a los poderosos y enaltece a los humildes" (Lc 1,52). No hay ternura sin justicia; no hay humildad sin verdad. La espiritualidad mariana, por tanto, no se queda en la devoción afectiva: nos impulsa a encarnar la misericordia y la compasión en la vida diaria.
APLICACIÓN ESPIRITUAL
El Papa León XIV invitó a los cristianos del mundo a ser "peregrinos de la esperanza", aprendiendo de María la humildad que deja actuar a Dios y la ternura que no humilla, sino que dignifica.
En una cultura que exalta la fuerza exterior, el éxito y la autopromoción, María nos enseña el poder de lo pequeño, de lo escondido, de lo que se entrega sin esperar recompensa.
La humildad mariana no consiste en pensar menos de uno mismo, sino en dejar espacio para que Dios sea grande en nosotros.
Cuando el corazón se vacía de orgullo, la gracia encuentra lugar para habitar.
Y la ternura —esa delicadeza espiritual que se compadece del otro— se convierte en un signo concreto del Reino.
La espiritualidad mariana es, en palabras del Papa, una "escuela de humanidad". En ella aprendemos a mirar al mundo con los ojos de Dios.
Ser marianos es dejarse moldear por la paciencia, el silencio fecundo, la fidelidad sencilla.
Es abrazar la vida como María la abrazó en Nazaret: sin grandes aplausos, pero con un sí constante que transforma lo ordinario en santidad.
En este sentido, el Jubileo de la Espiritualidad Mariana no sólo celebra una devoción, sino un camino: el camino de los corazones humildes que saben esperar.
María nos recuerda que la esperanza no es un optimismo ingenuo, sino la certeza de que Dios actúa incluso cuando no se ve.
Su fe en la oscuridad del Calvario sigue siendo el faro de todos los que atraviesan la noche del alma.
CONCLUSIÓN
"Mirar a María —dijo el Papa— es aprender a mirar como ella".
Cuando la humanidad parece endurecida, María nos enseña la ternura que sana.
Cuando la fe se debilita, nos enseña el silencio que confía.
Y cuando la esperanza parece agotarse, ella nos repite que Dios cumple siempre sus promesas.
El Jubileo de la Espiritualidad Mariana ha sido un recordatorio providencial: no se puede ser discípulo de Cristo sin dejarse tocar por la ternura.
Sólo el que es capaz de conmoverse ante el dolor del otro puede decirse verdaderamente cristiano.
La Virgen, con su humildad resplandeciente, nos abre un camino de humanidad reconciliada y de esperanza viva.
ORACIÓN FINAL
Santa María, Madre de la Esperanza,
enséñanos la ternura que brota de la humildad.
Haz que nuestra fe no se marchite en la rutina,
y que cada día sepamos mirar a Cristo con tus ojos.
Tú que guardabas todo en tu corazón,
enséñanos a escuchar la voz de Dios en el silencio.
Haznos peregrinos de esperanza en medio de las sombras,
testigos de un amor que no se impone, sino que se ofrece.
Madre del Camino, guíanos hacia tu Hijo,
y que en Él encontremos la paz que el mundo no puede dar.
Amén.