Las Plumas

La muerte de Juan

La muerte de Juan

Ya eran las 11:30 de la mañana, y Juan no se había levantado de la cama. Esto no era algo común, pues siempre lo hacía muy temprano, excepto cuando se desvelaba la noche anterior, y ayer, no lo había hecho. Su madre tocó la puerta de su cuarto y no le contestó. Esperé media hora para volver a hacerlo; de igual manera, Juan no le contestó. La señora, al empujar la puerta, encontró a su hijo semidesnudo tendido en la cama. Lo contempló con los mismos ojos y el cariño con que lo había hecho desde el día en que nació, hacía 28 años.

De inmediato notó un pequeño hilo de sangre saliendo de su boca. Lo tomó en sus brazos y lo estrujó; la cabeza del joven se fue de lado. La madre puso el grito en el cielo, al descubrir que su hijo estaba muerto. El dolor de la tragedia la tiró de rodillas. Bajó la mirada y estiró los brazos; sus manos tocaron un pedazo de papel. Al verlo de cerca, vio que era una carta; una carta póstuma. Juan se había suicidado.

La madre, desesperada, comenzó a leer las últimas palabras que su hijo había escrito: “De pronto descubrí que no podría salir de este callejón sin salida, (explicaba la primera línea), ya nada parece contentarme. Ni la brisa de la mañana; ni la presencia de quien más quise. Todo se tornó gris en mi mundo. Mi estúpido mundo, que un día creí podría cambiar; mi mundo, que pensé, tendría remedio. Las cosas nunca, o casi nunca, fueron como supuse debían ser; me fui llenando de odio y dolor. Pareciera como si todos se esmeraran en poner piedras sobre mí espalda, y, a la vez, como si nadie se diera cuenta de que ahí estaba yo, esperando esas mismas cálidas palabras de aliento, que solía tener para todos. Los mismos sueños de amor que todos solemos tener, se fueron esfumando uno a uno. Y descubrí que lo mismo pasaba con los demás; vi cómo sus ideales dejaron de existir, de la misma manera que los míos. Había llegado el momento en que no me interesaba tomar ningún camino. La vida perdió todo sentido para mí. Me dolía saber que no sabía ni siquiera qué quería; en parte, era falta de interés y, también, el desconocer cómo hacerle para ser ése alguien que se supone debía ser. Seguí cuanto impulso me dictó el corazón pero al final de cuentas ninguno me llevó a puerto seguro. Fracaso tras fracaso, cual eslabones de una cadena de plomo, me fueron hundiendo en el oscuro mar de las dudas y de las deudas. Nunca supe, a pesar de tanto esfuerzo, cómo hacerme de una vida decente, y nunca supe cómo hacerme de dinero a pesar de tanto trabajo. Siempre vi con recelo a todos esos que iban por la calle derrochando gracia; muchos con dinero, de buen ver, y, hasta, quizá, inteligente, pero, yo, no era ninguno de ellos. Yo ni siquiera me acepté a mí mismo, tal y como era. Con mis defectos, muchos, y mis virtudes, pocas.

A Dios lo busqué por todas partes y nunca lo encontré, espero que ahora, ya muerto, lo pueda hacer, y lo pueda tener, cara a cara, para preguntarle por qué la vida suele ser tan insulsa, y cuál sentido tiene vivir. Espero que lo que hice, no les cause mucho dolor. Decidí tomar el camino fácil que dicen, la ruta de la muerte, para ver hasta dónde me puede llevar. No sé si esto valga la pena, pero, como siempre, iré tras una nueva aventura. Es posible que me haya equivocado, pero no será la primera vez. No llores madre, mejor, sonríe; presiento que de eso se trata la vida. Yo voy a morir, ustedes a vivir, ¿qué es lo mejor?, sólo Dios sabe…”

Su madre arrugó la carta y la puso en su pecho. Sus ojos, poco a poco, se fueron secando.

A Juan le esperaba un funeral con amigos y familiares, y quizás, alguna esquela en el Diario. Descanse en paz quien no quiso vivir.

“Nadie sale vivo de aquí” Jim Morrison

Jesushuerta3000@hotmail.com