Ingrato Destino del PRD
Los días del perredismo llegaron a su fin de una manera poco reconfortante tras no alcanzar un mínimo de votación electoral en el país...
El Partido de la Revolución Democrática no pudo eludir el ingrato destino que le reservó el proceso electoral reciente. Su desaparición o muerte es prácticamente oficial. No hay nada que pueda hacerse al respecto para evitar este deceso partidista.
Los hechos son sabidos e incontestables. Al PRD le fue imposible alcanzar el 3% de la votación nacional registrada el pasado 2 de junio. Increíble pero cierto. Pero los hechos son los hechos. En este sentido, vale registrar que la Unidad de Fiscalización del Instituto Nacional Electoral hizo saber a los mandos perredistas la pérdida de su registro como partido político.
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Incluso, en la Ciudad de México rápidamente se procedió a desalojar la sede nacional y otros locales perredistas. Es propio asumir entonces que los días del perredismo llegaron a su fin de una manera poco reconfortante. No alcanzar un mínimo de votación electoral en el país, debe significar ciertamente una severa afrenta mortal para un partido que llegó a tener una sólida existencia política.
En sus buenos tiempos el PRD postuló dos veces a Cuauhtémoc Cárdenas para la presidencia y otras dos a Andrés Manuel López Obrador. Pero llegó un momento en que sus contradicciones (en el estilo del PRI) empezaron a minar su proyección. Y así el comienzo del declive no tardó en aparecer.
De alguna manera el PRD perdió todo con el surgimiento de Morena y el indiscutible liderazgo allí de López Obrador. Pero los pesares que hoy lo han postrado definitivamente, se debieron en lo esencial al empoderamiento que lograron allí quienes fueron y son conocidos como “Los Chuchos”. Se trata de dos de sus principales líderes (después de Cárdenas y López Obrador) que prácticamente se apoderaron del partido: Jesús Zambrano y Jesús Ortega Martínez.
Tal es una primera aproximación a lo que es hoy la hora final de un partido como el PRD que llegó a ser importante en el esquema partidista existente en el país. Procederá ocuparse del asunto con mayor largueza si hay oportunidad en algún otro momento. Aunque lo esencial ha quedado bajo pertinente comentario, como era propio que ocurriera.
Mientras tanto, debe ser propio recordar que el Jueves de Corpus del 10 de junio de 1971 fue atacada en la Ciudad de México una manifestación estudiantil. La agresión estuvo a cargo de un grupo paramilitar oficial conocido como Los Halcones. Hubo muertos y heridos, cuyo número históricamente nunca se ha precisado con una mínima aproximación.
Pero el ataque de Los Halcones fue despiadado contra un conglomerado estudiantil prácticamente inerme. Eran los tiempos presidenciales de Luis Echeverría Álvarez. Como regente de la capital del país se desempeñaba Alfonso Martínez Domínguez, quien no duró mucho en el cargo, porque, tras los hechos, fue obligado a enunciar. Le fue mejor porque después reapareció como gobernador de Nuevo León, prácticamente exonerado de toda culpa por el Jueves de Corpus ensangrentado por Los Halcones.
Sin duda, ha pasado mucho tiempo desde entonces. La agresión ocurrió en una céntrica ubicación de la capital del país: San Cosme y la Escuela Nacional de Maestros. En esa área Los Halcones hicieron de las suyas sin que ninguna autoridad lo impidiera. El ataque fue a mansalva e impune.
Como tenía que ser, Echeverría capoteó su inocencia en los hechos, un poco como si Los Halcones hubieran aparecido de la nada. Pronto se supo que se trababa de un grupo de jóvenes que estaban en la nómina de lo que entonces se conocía como Departamento del Distrito Federal (hoy Gobierno de la Ciudad de México). El problema es que recibían instrucción militar.
Lo cierto es que oficialmente nunca se quiso reconocer lo que verdaderamente había ocurrido el 10 de junio de 1971. Echeverría aprovechó para culpar de la agresión estudiantil a los que él llamo “emisarios del pasado” que seguramente (pensó la opinión pública de entonces) asumieron regresar de donde andaban para perjudicar al gobierno echeverrista. Pero por supuesto nunca identificó a nadie.
El caso es que esa expresión (“emisarios del pasado”) se hizo famosa en el medio político de entonces por su rebosante sentido demagógico. La cuestión resultaría chistosa o risible de no ser porque se utilizó para fincar confusas y absurdas responsabilidades en uno de los hechos más lamentables y dolorosos de la historia de este país. Suele ocurrir…
armentabalderramagerardo@gmail.com