Francisco Ignacio Madero: Un presidente anticorrupto

Primer presidente del gobierno de la Tercera Transformación (3T)

Francisco Ignacio Madero: Un presidente anticorrupto

Francisco Ignacio Madero González, primer presidente del gobierno de la Tercera Transformación (3T), era un ciudadano honrado. Nunca se sirvió del cargo que ostentaba, tampoco robó bienes públicos ni desvió recursos patrimoniales y mucho menos se prestó a negocios fraudulentos que sangraran el erario mexicano.

A modo de ejemplo, hacia 1911, el embajador gringo Henry Lane Wilson, un abogado cincuentón, amante de la buena vida y de conducta dudosa, soñaba con sacar provecho de su puesto y darse una vida de sultán, muy por arriba de las posibilidades de su ingreso nominal. Para eso, se propuso hacer un negocio con el presidente Madero y echarse a la bolsa como 50 mil pesos anuales mal habidos, según versión de la esposa del embajador, que él mismo usó para que Madero supiera de su ilusa pretensión, por conducto de doña Sara, su fiel esposa.

Wilson era un embajador colérico y a menudo intervenía en asuntos públicos ajenos a su competencia. La diplomacia y buena vecindad se las pasaba por el arco del triunfo. Nunca tuvo una relación de amistad y respeto con el presidente Madero. Contrario a eso, le hacía la guerra, lo tildaba de loco e incompetente para gobernar el país, por lo que decía en reuniones secretas con correligionarios del bloque opositor que su caída era cuestión de horas.

Sus amigos predilectos eran los opositores, entre cuyas cabezas descollaban varios militares de alto grado, como Victoriano Huerta, Félix Díaz y Manuel Mondragón, un general con historial de corrupto, que hizo fortuna solapado por comerciantes extranjeros que vendían armamento al Gobierno mexicano con un sobreprecio de 20 por ciento, cuyo porcentaje ingresaba en efectivo a su bolsillo.

También aprovechaba su relación con otros embajadores y se reunía con ellos en secreto para hablar mal de Madero. Exageraba sus críticas y señalaba su debilidad para dar garantías a los extranjeros y salvaguardarlos de cualquier daño contra sus vidas o propiedades, por lo que les pedía cerrar filas, demandar su renuncia cuanto antes o deponerlo del cargo con la fuerza de los militares desafectos.

Además, hacía eco del malestar de profesionistas malquerientes de Madero, entre ellos: licenciados, médicos e ingenieros, que habían vivido tiempos de vacas gordas con don Porfirio, al que defendían a capa y espada. Asimismo, fortalecía el antimaderismo de algunos empresarios coterráneos suyos, como un tal William Buckley, magnate petrolero, acostumbrado a no pagar impuestos y dado a propagar intrigas contra el presidente Madero, porque su Gobierno gravó con más impuestos el petróleo de sus compañías productoras.

Pero cómo surgió la enemistad del embajador Wilson con el presidente Madero, de dónde venía el encono, qué pecado cometió el presidente para sufrir tantas canalladas, por qué el embajador, en particular, odiaba tanto al llamado apóstol de la democracia.

La respuesta no es más de una: la renuencia de Madero ante la pretensión del diplomático de vivir como rey a costa del erario nacional. Según Martín Luis Guzmán, el embajador Wilson odiaba rabiosamente al presidente, se había vuelto antimaderista de hueso colorado, porque no se salió con la suya, no prosperó el negocio con que esperaba obtener del erario unos 50 mil pesos anuales, para lo que el embajador usó a su esposa y ésta a su vez a la del presidente, pero sus planes fueron francamente ignorados.