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Las Plumas

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Cada 12 de noviembre, además de festejar a los carteros, en México se celebra el Día Na­cional del Libro...


“…vivo en conversación con los difuntos y escucho con mis ojos a los muertos”

Francisco de Quevedo

Cada 12 de noviembre, además de festejar a los carteros, en México se celebra el Día Na­cional del Libro. Si a esta fecha le sumamos la conmemoración internacional que ocurre el 23 de abril, es natural pensar que los libros, esos objetos tan simples, nos sean sumamente entrañables.

En un fascinante poema, Pablo Neruda se refirió a ellos como: “libro, mínimo bosque”, probablemente porque aparte de hojas, en ellos exploramos múltiples caminos y conocemos tantas otras cosas. En esa línea “naturalista” se encuentra un libro que me ha fascinado y que, en dos años que lleva de vida, se está con­virtiendo ya en un clásico.

Me refiero a El infinito en un junco: La inven­ción de los libros en el mundo antiguo, y su autora es Irene Vallejo, quien no ha dejado de recibir premios y distincio­nes por este texto tan hermoso como singular.

En sus más de cuatrocientas páginas está la combinación perfecta entre el profundo conocimiento del mundo clásico, la sabiduría para transmitirlo y la gracia para ir inser­tando referentes de todo tipo: desde películas conocidas hasta libros y personajes clásicos, pasando por recuerdos suyos que, conforme vamos leyendo, también sentimos nuestros.

Y es que El infinito en un junco representa eso y más. Es la devoción centenaria hacia los libros (desde que no eran sino papiros) que se manifiesta de múltiples formas: en quien los escribe, quien los colecciona, quien los vende, quien los hace circular y, claramente, quien los lee.

Nos hace testigos de cómo la humanidad inventó los libros para preservar el conocimiento de una manera perdurable. Irene Vallejo no olvida recordarnos que los libros guardan historias y experiencias que se asemejan a las nuestras, que eso sucede de tal modo que tenemos la sensación de un encuentro: es como si esas palabras leídas en silencio o apenas musitadas cobraran sentido con nosotros, que somos aquellos a quienes el libro estaba buscando.

Otro poeta, Francisco de Quevedo, consideró que leer es escuchar con los ojos a los que ya no están físicamente con nosotros. El infinito en un junco se lee como si lo estuviéra­mos oyendo, precisamente como si hubiera sido dedicado a todos y cada uno de nosotros los lectores.