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Las Plumas

El sicario

Jesús Huerta Suárez

Vivir de matar no es algo que uno decida hacer nomás porque sí. Creo que todo es más bien circunstancial, al menos en mi caso, pues antes de dedicarme a este oficio, era aprendiz de comerciante. Hasta que un día, la ruina, el enfado y las malas compañías, me llevaron a buscar nuevas aventuras con tal de sobrevivir.

Nunca lo imaginé, pero de pronto estaba matando gente por dinero. Gente de cualquier tipo. Mi responsabilidad siempre es dar en el blanco, y ser leal al patrón. Soy un pistolero que siempre anda huyendo, y para cuando se dan cuenta, ya es demasiado tarde.

En ocasiones con una sonrisa me gano la confianza de la víctima, pero, por lo general, ataco por la espalda.

Sí. Mi oficio requiere de mucho silencio. Matar no es cuestión de acercamiento. Se trata de callar las voces ajenas. Se trata de negar todo intento de entendimiento y cortesía, y de mostrar odio infinito, aún sin sentirlo. Se trata de creer en algo y de vivir de algo.

Los que firman su sentencia de muerte son quienes hablan de más, los traidores, los ladrones y quienes representan una amenaza para el que trabajas. Es que si están metidos en negocios tan turbios y secretos, ¿cómo atreverse a hablar? ¿Cómo rajarse y renunciar al compromiso de servir al jefe, para reivindicarse?

En este rollo, se está o no se está. No sirven medias tintas y no se puede servir a dos amos a la vez.

Mi corazón un día fue puro, como el de todo niño. Ahora la violencia y la sangre marcan mis días. Soy un asesino a sueldo. No sé hacer otra cosa. Sólo salgo de noche o a la hora que sea, y será el último adiós para quien sea mi objetivo. Fumo tabaco y uso guantes de piel que brillan con la pistola en la mano. Mis tiros son limpios y precisos. Mis tiros son mortales y cuando el trabajo está hecho, estarás tieso como el barril de mi humeante pistola. Muerto, como una noche en el desierto. Tú serás acribillado y yo seré una leyenda. Tú descansas en paz, y yo tengo que huir porque también me querrán matar, de la Policía no porque nunca me van a encontrar.

El vómito ya no me traiciona como la primera vez. Y cuando al fin me acostumbré al olor a la pólvora y la sangre caliente en la cara, los clientes comenzaron a pedirme otro tipo de “trabajitos”, que para que sirviera de escarmiento, así que también comencé a decapitar víctimas. Es cruel y difícil, pero, como todo, luego te acostumbras.

Lo importante es no sentir miedo y que todas esas muertes sirvan de algo.

Uno de mis mayores deseos es que algún día matar no me duela. No quiero sentir culpa ni remordimientos de ningún tipo. Matar a gusto y ganar bien. Así como cualquier comerciante, deseo que suene el teléfono y después la caja registradora. Soy un asesino a sueldo a quien le queda muy claro que la vida no vale nada. No te portes mal. No traiciones a nadie, pues mientras te identifican, yo estaré recibiendo mi dinero. Soy un sicario, y estoy a la vuelta de la esquina.