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Las Plumas

El pirómano de Tapioca

Jesús Huerta Suárez

La ciudad entera se consternó al saber de la tragedia ocurrida, en donde 26 personas murieron, entre niños y adultos, hombres y mujeres, al incendiarse un restaurante recientemente inaugurado.

Como suele ser, de una manera u otra, casi todos los habitantes de Tapioca tenían alguna relación o conocían a las víctimas, y en el pueblo y pueblos aledaños no se hablaba de otra cosa y es lógico de entender por la magnitud de la tragedia, más cuando se supo que según las investigaciones periciales, el incendio había sido provocado intencionalmente. Por ahí andaba un piromaniaco.

Cinco días después el culpable fue atrapado. La gente lo quiso linchar, pero la Policía lo evitó. A mí me tocó tomarle la declaración, y al escuchar sus argumentos me convencí de que el tipo estaba completamente loco.

¿Por qué lo hizo? ¿Por qué tanto odio? —le pregunté

—“Es que me da asco que la gente se congregue en torno a la comida. Odio ver a la gente comiendo. Parecen chimpancés. Monos escarbando en la basura. En cada bocado tienen un orgasmo y se sirven, y se sirven otra vez, más de lo que necesitan para sobrevivir, cuando la vida de la mayoría de ellos no sirve para nada; ¿qué caso tiene que coman para seguir vivos? ¡Son unos pecaminosos!

“Veo cómo toman los trozos de comida y los observan curiosamente, mientras se atragantan con lo que están masticando. Los niños, al parecer, ven la comida de una manera menos obsesiva, pero los adultos, míralos, todos tienen unas barrigas rebosantes y que estarán más grandes con cada año que pase. Comen y comen hasta convertirse en seres que sólo viven para corroer... ¡Es vergonzoso saber cómo la cantidad de comida que entra por su boca no es la misma que sale por su trasero! ¡Parecen viles gusanos inflados!  —vociferaba el criminal.

…¡Bien decía Giovanni Papini que el acto de comer debería ser tan privado como el acto de defecar!

“Y míralos cómo se reúnen en restaurantes supuestamente para convivir, pero al final de cuentas sólo les interesa comer, y al hacerlo, la charla pasa a segundo plano; lo poco que se habla es de acuerdo al ritmo que les marca la mordisqueada de cada uno de los asistentes y, después de tanto comer, ya no les quedan ganas de hablar y sólo desearán una cama para reposar los alimentos.

Se quedan con los sentidos embotados; olvidan la importancia del ayuno para ser una persona más inteligente y para vivir más y mejor.  Se les olvida que Cristo nos dijo que había que ayunar. Descuidan que la comida hace que la sangre se vaya al estómago y no a la cabeza; al cerebro, por eso no evolucionan; siguen siendo unos changos.

—Y yo solo lo dejaba hablar mientras tomábamos nota de su declaración:

“La glotonería ha llegado a tal grado que mientras millones mueren de hambre, otros millones mueren por los excesos de comerse lo de los otros. Hemos devastado la tierra para cultivar más alimentos y criaderos de animales que matamos con saña como si tuviéramos el derecho sobre sus vidas sagradas.

¡Míralos, sólo los humanos están gordos, y no los animales, pues sólo piensan en comer y en cuándo volverá a llegar el momento para volver a comer, para luego pasar a fornicar mientras tallan sus enormes barrigas!

“Hay que prohibir los restaurantes y destruir todos los que hay. Que comer sea algo muy íntimo y que sea con mesura. Tenemos que ser valiosos para merecer comer”—Esto confesó el asesino, mientras sus ojos se desorbitaban enfurecidos, y fue sentenciado a cadena perpetua; aseguró que estando en la cárcel haría huelga de hambre para afrontar con dignidad su condena, hasta morir.

“Quiero un mundo de caramelo donde todo sepa mejor” Danna Paola Jesushuerta3000@hotmail.com