Por: Eduardo Sánchez
A doña Rufina, una mujer de unos sesenta y cinco años, la conocí en una estación de radio. Ella esperaba turno para decirle al locutor que le ayudara a pedir ayuda económica al auditorio y yo esperaba turno para anunciar un evento.Mientras me contaba su historia le evadía la mirada, pues sabía que verla a los ojos era comprometerse a ayudarla de alguna manera y yo no traía ni un peso en ese momento.
Esa divagación visual terminó cuando mis ojos se enfocaron en los pies de doña Rufina. Nunca había visto unos pies tan maltratados. Calzaba unas sandalias que ni para la basura estaban buenas. Sus pies estaban llenos de ampollas y muy sucios.
Cuántos caminos habrán andado; con cuántas piedras habrán tropezado para estar así, imaginé, entonces comenzó su historia contando que era de Chiapas y que llegó a Ciudad Obregón huyendo del hombre con el que su padre la cambió por un saco de frijoles cuando era adolescente.
Dijo que desde los primeros días en que comenzaron a vivir juntos comenzaron los maltratos por parte de su cónyuge, quien dijo que la veía como un simple objeto. Durante el tiempo que estuvieron juntos hubo muchos golpes, violaciones y abusos.
De esa relación nacieron seis hijos. Llorando, me dijo que tuvo que huir pues la tenía amenazada de muerte, y le pedía que cuando menos le devolviera el saco de frijoles que le había dado a su papá.
Cuenta que su vida ha sido puro sufrimiento y pobreza, pero que ahora que llegó a Obregón se siente contenta de tener un cuartito de 3 por tres metros de madera y lámina; sin piso ni nada. Vive sola con sus recuerdos y rezando para que no la encuentre su ex pareja.
A doña Adelaida la conocí en su colonia, la Esperanza Tiznado. Ella es una mujer que aparenta tener unos setenta y tantos años. Es de mirada vivaz y risueña, y es viuda desde los 24 años. Ya nunca quiso volver a casarse ni a juntarse con ningún hombre, pues su esposo fue el amor de su vida, aseguró. De ese matrimonio nacieron dos hombres y una mujer, la menor, quien se fue de mojada. Hasta ese día que la conocí tenía tres años sin saber nada de ella y teme que haya muerto en el desierto al tratar de entrar al otro lado, pues nunca ha sabido nada de ella. Solo se fue y le dejó a sus siete hijos, quienes todos los días le preguntan por ella. Los siete nietos y ella viven en una casa de un solo cuarto; dijo”vivimos como cochis”. No tiene un trabajo fijo y prácticamente vive de la caridad. “Mis nietecitos y yo comemos quelites, verdolagas y les hago avena con mucha agua”.
El mayor de los niños tiene 14 años y dice que tiene muy buenas calificaciones. Me contó su cruda historia con una sonrisa en la cara, pero a mí se me llenaron de lágrimas los ojos?
Ya en la quietud de mi hogar, las historias de estas dos señoras y de tantas otras que conozco, rondan en mi cabeza. Me desespero nomás de pensar en lo difícil que debe ser enfrentar cada día para ellas; pensando en lo injusta que suele ser la vida para muchos; en los funcionarios corruptos que no sólo se roban el dinero del pueblo, sino que no hacen la tarea para evitar, en realidad, que haya tanta miseria; y en la urgencia de que cada quien se haga responsable de sus hijos y de sus actos.
“Míralos, están jugando al sindicato y a que están con Dios” Gerardo Enciso
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