Desacelerar para ganar la carrera por el mañana

La naturaleza no tiene fronteras: un problema ambiental en Katmandú resuena en patrones climáticos globales

Desacelerar para ganar la carrera por el mañana

La pandemia de COVID-19, con toda su tragedia, nos brindó una revelación inesperada, una lección contundente sobre la relación entre la actividad humana y la salud del planeta. Fue un paréntesis global que expuso con cruda claridad cómo nuestra huella ecológica exacerba los problemas ambientales y sus consecuencias, a menudo invisibles en la vida cotidiana.

Antes de la pandemia tuve ocasión de visitar varias instituciones educativas en Nepal y Pakistán. Mientras mi avión descendía hacia Katmandú, el Himalaya abarcaba por completo el horizonte. Sin embargo, ya en tierra, esa magnificencia se desvaneció con un velo de aire denso, una bruma grisácea que opacaba al sol. Alguien comentó que era un día "claro" y yo tomé algunas fotos, pues aún eran visibles algunas enormes montañas desde el aeropuerto. Sin embargo, esa misma tarde, desde la ciudad, ya no las pude ver.  Las mascarillas eran ya un hábito en sus calles debido a la polución. Un anfitrión me explicó que la contaminación ambiental impedía que las cumbres fueran visibles la mayor parte del tiempo, testimonio desolador de la calidad del aire.

En aquel momento, no entendí que aquello era sólo la parte más obvia de la compleja conexión humana con nuestro entorno. Lo que siguió con la pandemia fue una pausa forzada. La drástica disminución de la actividad humana —menos vuelos, menos tráfico, menos emisiones industriales— tuvo un efecto inmediato. Hacia finales de 2020, mi amigo nepalés me compartió una noticia asombrosa: los Himalayas eran nuevamente visibles desde Katmandú. Busqué imágenes en Internet: a transparencia era tema de celebración. Por primera vez en décadas, incluso el Everest se alzaba nítido en el horizonte, un espectáculo que muchos nepaleses vieron por primera vez en sus vidas. La visibilidad mejoró de manera similar en el norte de la India, donde también se pudieron admirar las cumbres nevadas.

Pero la verdadera lección no fue sólo la imagen restaurada de las montañas. La menor polución permitió que blancura de los picos nevados reflejara más eficazmente la luz solar, provocando un deshielo más lento. ¿Las consecuencias? Un flujo de agua más constante en los ríos que alimentan a millones de comunidades en la India y Pakistán durante todo el año. Contrastemos esto con las crisis provocadas por los deshielos prematuros —acelerados por el carbono y otros contaminantes— que causan inundaciones devastadoras seguidas de escasez hídrica. Es un efecto dominó: la contaminación atmosférica en un punto puede repercutir en la seguridad hídrica a cientos de kilómetros.

Este es un solo un atisbo de los innumerables impactos de nuestra actividad desmedida. La naturaleza no tiene fronteras: un problema ambiental en Katmandú resuena en patrones climáticos globales. No son eventos aislados, sino de un sistema global interconectado. Como bien lo ilustra The Economist, la interdependencia ecológica es un hecho ineludible que desafía las soberanías nacionales.

Sin embargo, la memoria humana es dolorosamente corta. Superada la fase más aguda de la pandemia, la calidad del aire en el Valle de Katmandú, y en muchas otras regiones, volvió a empeorar. Tal parece que, superadas las crisis inmediatas, la humanidad se precipita nuevamente hacia los viejos hábitos, ignorando las lecciones que la adversidad nos regala. ¿Acaso necesitamos una crisis constante para despertar y actuar?

Los datos son abrumadores. Según el Panel Intergubernamental del Cambio Climático (IPCC), las actividades humanas han causado un calentamiento global de 1.1°C por encima de los niveles preindustriales, y podría supere 1.5°C en las próximas dos décadas. La deforestación es responsable de aproximadamente el 10% de las emisiones globales, comparable a las emisiones de todos los vehículos del planeta, mientras cada año perdemos una superficie forestal del tamaño de Nicaragua. La contaminación plástica en nuestros océanos excede más de 170 billones de partículas, lo que podría triplicarse para 2040. En México, la sobreexplotación de acuíferos, la deforestación de la selva Lacandona y la contaminación de ríos son solo algunos ejemplos de estos "dominós" ambientales que caen mientras nuestra vida transcurre con indiferencia espeluznante.

¿Estamos dispuestos a aprender de nuestras propias crisis, o condenaremos a las futuras generaciones a pagar el precio de nuestra indiferencia presente? El tiempo para la reflexión ha terminado; el tiempo para la acción es ahora. Si aspiramos a "ganar" la carrera contra el cambio climático, es imperativo que nos "desaceleremos" y repensemos nuestros modelos de desarrollo y consumo. No se trata de un simple ajuste, sino de una transformación profunda. Países como Francia, los Países Bajos, Dinamarca y Noruega lideran con iniciativas "verdes" no por mero altruismo, sino porque entienden una verdad inmutable: en la naturaleza no hay recompensas ni castigos, solo consecuencias.

El Dr. Castro Salazar fue consejero externo para el Gobierno Mexicano y presidente de la comisión de asuntos fronterizos del Instituto de los Mexicanos en el Exterior (IME). Ha sido catedrático, decano y vicerrector para desarrollo internacional en Pima College de Tucson, Arizona.

rikkcs@gmail.com