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Las Plumas

De política y cosas peores

Las autobiografías son siempre peligrosas, y más si se les hacen añadiduras o pegotes de último momento


Eran tres lindas ancianitas: Lucita, Mariquita y Marianita. Menudas, gordezuelas, la gente les puso un mote cariñoso: "Las Caniquitas". Llevaban  luto desde la muerte de su padre, hacía 60 años, y aunque ninguna de ellas casó nunca, criaron a seis o siete chiquillos y chiquillas. "Travesuras de la raza", decían sin darle la menor importancia al asunto. "La raza" eran sus hermanos y sus primos. Vivían en una recia casa de ladrillo rojo, sita (así se decía antes) en la esquina de Instituto Madero y Aldama, en mi ciudad. A Marianita le correspondía salir a hacer las compras, por ser la menor: tenía sólo 86 años. Mariquita, la mediana, contaba 93, y la mayor, Lucita, era de 95. A veces Marianita tardaba un poco en regresar, y Lucita se llenaba de inquietud: "¿Por qué se estará tardando tanto esta chiquilla?". En el Potrero don Abundio le ordena a su nieto que vaya a traerle un talache. El chamaco se demora un buen rato. Cuando al fin vuelve lo reprende el viejo: "¡Cómo tardaste, muchacho! ¡Estás bueno pa' ir a traer a la muerte!". Tardadito también es el polémico y político ministro Zaldívar, presidente de la Corte. Meses tardó en rechazar la ilegal propuesta hecha por López Obrador para alargarle su período al frente del máximo órgano jurisdiccional, venenoso regalo que debió haber rechazado tajantemente desde el principio, sin andarse con sutilezas ni sofismas de leguleyo a fin de no molestar al señor. Y casi 13 años le tomó manifestar que fue objeto de supuestas presiones para favorecer a familiares de la esposa del entonces presidente Calderón involucrados en el trágico accidente de la guardería ABC. Excesivamente proclive a quedar bien con AMLO se ha visto a Zaldívar, quien igualmente parece más inclinado a buscar los reflectores públicos que a estar en la prudente soledad en que los juzgadores deben estudiar sus casos, interpretar las leyes, decidir en recta conciencia los asuntos que a su conocimiento se someten; cumplir, en fin, con autonomía e independencia su trascendental función, condición sine qua non para el buen funcionamiento de un Estado de Derecho. La solvencia jurídica y moral de un Ministro de la Corte no debe sufrir mengua por causa de ocurrencias para sorprender a quienes lo oyen o ganar notas periodísticas. Las autobiografías son siempre peligrosas, y más si se les  hacen añadiduras o pegotes de último momento. Parece que el estilo es contagioso. El Presidente de la Corte se mostró igualmente tardo para decir lo que en su momento debió decir y no dijo. Un infortunado tenista recibió un fuerte golpe en parte sumamente delicada. Lo peor del caso es que esa parte la iba a necesitar bien pronto, pues era jueves y se iba a casar el sábado. Acudió con un urólogo, quien después de hacer la revisión correspondiente le indicó que iba a aplicarle un analgésico. "Además -añadió- le pondré la dicha parte en una especie de jaulita a modo de protección contra los roces. Déjela ahí hasta la noche misma en que va a emplearla. De ese modo todo saldrá muy bien. O, mejor dicho, lo contrario". Al pie de la letra siguió las instrucciones el tenista. Llegada la noche de las bodas la preciosa novia abrió la bata que cubría sus encantos superiores y por primera vez dejó su hermoso busto a la vista de su flamante esposo. "Mira -le dijo con orgullo-. Me he guardado virgen y pura para ti. Ningún hombre ha visto nunca, y menos aún tocado, esto que ahora ves". "Yo puedo decir lo mismo -replicó el novio igualmente ufano al tiempo que abría también su bata-. Mira: todavía viene en el empaque original". FIN.