¡Bienvenidos a la jungla!
¿Ya sabes dónde estás? ¡Esto es la jungla, nena…vas a morir!
En el día a día en estas tierras distantes a la mano de Dios, no sólo hay que lidiar con la violencia, la pandemia, la ruina, el calor, los baches y nuestra patética clase política. No. Nos falta agregarle otra grave situación: los cafres del volante. Esos personajes, hombres y mujeres, de todos los estratos sociales que circulan por doquier y a su paso convierten las calles en una verdadera jungla de asfalto.
En segmento de la sociedad de cafres se incluye a los miles que conducen autos sin placas oficiales gracias a la corrupción imperante, a los adolescentes al volante que pasan de “adultos” a niños de un segundo a otro y a sus papás por permitirlo, a los muchos choferes orates del transporte público, a las hordas invasivas de las populares “mortalikas”, a los que conducen texteando en el celular, a los que manejan ebrios, a los que traen licencia porque la compraron pero sin acreditar prueba de destreza alguna, a los que no saben que usar las direccionales evita accidentes, a los prepotentes buchones, la falta de señalamientos, el desconocimiento de las leyes de tránsito y la falta de educación vial, a los que creen que tener carro es sólo ponerle gasolina y aplastarle al acelerador sin considerar que se debe contar con seguro para daños a terceros, al menos, obligatorio; a los que de plano les vale madre el respeto, a los peatones desconsiderados, a los bravucones que les señalas su incompetencia al conducir y te quieren golpear (van tres en los últimos días que me corretean y me amenazan, toman placas y me hacen señas como diciendo “ya te vi la cara”), y así podemos seguir anotando un sinnúmero de omisiones que cometemos muchos todos los días, a todas horas, al grado de que hemos convertido el tránsito vial en una jungla, olvidando ese dicho muy cierto de los gringos que dice: “Cars are coffins”, los carros son ataúdes.