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Las Plumas

Antes como antes y ahora…

Jesús Huerta Suárez

No soy muy de la idea de pensar que el pasado fue mejor que el presente. Más bien creo que antes como antes y ahora como ahora, como dicen los yaquis. Igual, creo que muchas cosas de nuestra niñez y adolescencia las veíamos maravillosas lo que quizá sea resultado de la inocencia con la que contábamos en esos tiempos que todo lo veíamos mejor y ahora, con cierta nostalgia.

Así, que, partiendo de esa premisa recordaré algunas cosas y situaciones que los de más de cuarenta años vivimos y que nos traen recuerdos: “cazar” la canción que tanto nos gustaba en la radio para grabarla en un casete, rogándole a Dios que el locutor no hablara encima. También que no podía ver tu programa o película favorita cuando tú quisieras. El horario era muy estricto, eso sin contar que solo había una TV en casa. Era común tener que ir a la biblioteca para investigar para una tarea escolar. Los maestros te aventaban con el borrador y te jalaban las orejas, o te pegaban en las nalgas con el metro y te aguantabas.

Los cartuchos de los videojuegos eran muy caros y había que jugar el mismo miles de veces. El teléfono en casa solía tener un candado para evitar altos costos por el servicio. Tenías que caminar mucho; tomábamos agua de la llave. A domicilio solo te llevaban leche, gas, refrescos, y con suerte encontrabas al afilador de cuchillos, al paletero y al de las charamuscas.

Ir a la tienda solos era toda una aventura y aprenderte de memoria los números de teléfono de la familia y de los amigos era necesario. Trepar árboles cual changos era común, así como la “permanencia voluntaria” en el cine o el matiné. Las mujeres embarazadas no fumaban ni tomaban y no se veían menores de edad encinta. Escuchábamos nuestra música favorita en tocadiscos a 33 y 45 revoluciones. Los niños parecían niños y no usaban ropa de marca. Te ibas caminando hasta en la primaria, y las llamadas de larga distancia podían ser por cobrar; llamar en domingo era más barato. Era curioso ver la Pantera Rosa y demás programas en blanco y negro. Había que imaginarse los colores y era muy tedioso tener que estarse levantando para cambiar de canal. Cuando hablabas por teléfono solía pasar que alguien levantara la bocina del teléfono para escuchar la conversación.

Jugábamos en medio de la calle al bote robado, la roña, tochito, canicas, trompo, a los hoyitos, el charangay, mientras las niñas jugaban palillos chinos, la matatena y los pinyex. No había microwaves, las palomitas se hacían en una cacerola. Era común usar la ropa que te heredaban tus hermanos. Los papas fumaban en donde sea, y era común comprar cada semana los cuentos, chistes o cómics, como les llamaban. Nunca te metías en la conversación de los adultos. Era usual tener un gancho en la tele como antena, pertenecer a los Boy Scouts. Podías dejar la bicicleta afuera y no te la robaban. Los amigos tomaban de la misma botella de refresco y se criticaba a quien dejara un “pescadito” (pedazo de comida) en la bebida. Buscabas los números telefónicos en la sección amarilla. Se enviaban telegramas y giros bancarios. Las puertas y ventanas de la casa y el carro se podían quedar sin seguro. La mirada de los padres decía más que mil palabras. Llegabas a tu casa a la hora que te decían tus papas. Te levantabas a las seis de la mañana los sábados y domingos para ver la TV. No se decían groserías delante de las mujeres. Muchas cosas se arreglaban a golpes y sin rencores. Tocar timbres y correr era divertido, así como hacer bromas por teléfono. Se usaba tener al menos un álbum de cartitas y que te mandaran a comprar cervezas y cigarros sin problema. Andabas en carro sin cinturón. No había Word para corregir textos. Subirse como 20 a la caja de una troca para dar la vuelta era parte de la diversión, así como las tardeadas. Podías andar descalzo hasta en verano. Las tarjetas navideñas eran escritas a mano y se enviaban por correo. Se podía solo dejar recaditos escritos con “al rato vengo, yo”. Los maestros fumaban en clases. Visitar a la novia tenía día y horario. Salías de vacaciones a lugares sin energía eléctrica. Tener apodo era lo normal. La pasta de dientes venía en tubos de plomo. Si no tenías reloj, tenías que marcar el 03 para saber la hora. El aceite de hígado de bacalao era de a fuerzas, así como dormir siesta. Las agujas y jeringas no eran desechable y se tenían que lavar los pañales…en fin.