Al fin solos

Debo admitir que la relativa soledad que se vivió en estos días de Semana Santa, me sienta bien. Momentos de soledad urbana le vienen bien a quienes buscan la complicidad del retraimiento obligado por la esta contingencia sanitaria que estamos viviendo. Menos carros, menos ruido, menos basura es lo que, a grandes rasgos, genera menos gente. Ir conduciendo por las calles casi vacías se convierte en una aventura más atractiva que el ir esquivando autos, motos, ciclistas y peatones que, alejados de la cortesía esperada de un pueblerino, pululan por doquier, a diestra y siniestra por las rutas de la inconsciencia.



Y luego, un estacionamiento en el centro de la ciudad, de ser otrora la cereza de la discordia del pastel, pasó a ser como los ruegos de un amor olvidado. Por unas horas, y no más, la ventisca típica de estas fechas me susurró al oído: al fin solo.



El ring del teléfono casi se extinguió por completo, como sabiendo de tus deseos de olvidarte del mundo. Sin horarios, los minutos parecieron desaparecer del reloj, haciendo de todo momento un dichoso ritual. Ahuyentando, incluso, a las enormes ansías del apetito. En fin, todo pareció sincronizarse en un letargo insospechado.



Sé que no es bueno, menos posible, desaparecer, pero todo intento fue aquilatado cual oro puro. También sé que no es sano desear más espacio del que puedas ocupar, pero de pronto, suena interesante.



Y esa nostalgia que trae a nuestros sentidos la confusión pública entre las fiestas paganas y la pasión del Cristo de Nazaret, obliga a mirar hacia nuestro interior, para descubrir que nos urge vivir la Palabra para encontrar el camino. Son días de contemplación y de flores floridas por la primavera que no cede ante la pandemia. De nacer a lo nuevo y morir a lo añejo que nos roe sin piedad. Tiempo de dejar atrás los miedos que no nos permiten levantar el vuelo.



Fariseos y políticos se perdieron de mi panorama, dejando un espacio digno de mantenerse inmaculado. No así las ráfagas de balas que en días Santos siguieron arrancando vidas y sembrando terror alrededor. Fueron días de muerte y resurrección.



El lunes las cosas y las calles volverán a su extraña normalidad; los templos, las playas, las carreteras y más allá de las fronteras, estarán tan solos como una flor en el desierto. En cambio, las casas de empeño y el cansancio, estarán a reventar.



Ha pasado una Semana Santa más. Ahora somos unas horas más sabios y unos días más viejos. Vuelve el rico a su riqueza y el pobre a su pobreza. El sueño de días de libertad y descanso, están por terminar. El mundo sigue dando vueltas, aunque ya nada será como el ayer. En nuestros corazones llevaremos, cada quien, los clavos de su cruz o la luz de su conciencia. La Semana Santa ya va terminar, ¿qué te dejó?



Jesushuerta3000@hotmail.com