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Las Plumas

-+Qué pasó con Dios?


Era de noche. Me sentía totalmente frustrado; vacío, las cosas a mi alrededor andaban mal. La prensa sólo tenía encabezados sangrientos y la estupidez humana desbordaba ya los límites de la tolerancia. En pocas palabras, el mundo, mi mundo, estaba patas pa-¦rriba. No encontraba remedio alguno al infortunio y en un dejo de soberbia me atreví a retar a Dios. Si Dios era tan justo y tan bueno como decían habría de contestar a mi petición. Le pedí que se hiciera presente o al menos me hiciera entender lo que estaba pasando.

Era de noche. Me sentía totalmente frustrado; vacío, las cosas a mi alrededor andaban mal. La prensa sólo tenía encabezados sangrientos y la estupidez humana desbordaba ya los límites de la tolerancia. En pocas palabras, el mundo, mi mundo, estaba patas pa-¦rriba. No encontraba remedio alguno al infortunio y en un dejo de soberbia me atreví a retar a Dios. Si Dios era tan justo y tan bueno como decían habría de contestar a mi petición. Le pedí que se hiciera presente o al menos me hiciera entender lo que estaba pasando.

Encendí unas velas y respiré profundo. Esperé a que la tranquilidad llegara a mi mente. No le supliqué, mas bien le exigí que nos viéramos lo antes posible. Mis ojos miraban al pedazo de cielo que entraba por la ventana, y escogí el oriente como punto de encuentro. Pero Dios, nunca llegó.

A la maóana siguiente con el corazón hecho nudo salí de mi hogar con rumbo a las montaóas. No llevaba mas que un poco de agua y comida. Era casi seguro que el "£Seóor" no me dejaría pasar hambres y que me facilitaría todo en mi andar.

Llegué ese mismo día a la Mesa del Campanero, iba solo. Al llegar la noche sentí un poco de miedo, pero el millón de estrellas brillando en el cielo me devolvieron la serenidad. El viento soplaba enfriando todo a su paso y levantaba el olor de los pinos y encinos hómedos. Los pares de ojos que resplandecían en el horizonte, no eran más que eso: ojos. Ojos de animales y de aves que parecían contemplar mi soledad.

Al despertar el día, salí apresurado de la cueva en donde dormí. El rumor de un río que corría cercano me hizo saber que al menos los peces y el agua no me faltarían. Caminé hacia la orilla. Flores de muchos colores atraían a todo tipo de insectos. Frágiles mariposas posaban de flor en flor llevando y trayendo semillas de vida para los nuevos botones que un día cercano serían una alfombra para los pies cansados.

Escuché la sinfonía de la tierra. La vaca entonaba el DO. El MI, lo daban las aves; el RE sonaba al compás del viento que agitaba las espigas. Unas ranas cantaban en LA y en FA. El SI surgió de la nada, y el ambiente se estremeció al ritmo de los tonos la naturaleza.

Prendí una hoguera y me hice un té de manzanilla silvestre. Manzanas con canela fueron mi postre después de un pescado frito. Ya había pasado muchas horas y aun no veía a Dios.

Así esperé bajo los árboles mientras mi imaginación encontraba formas en las nubes. El calor del sol evaporaba las esencias de hojas y brotes. Unos ciervos al fondo jugaban al amor, mientras que en mi neurosis creía oír el ring del teléfono y el Tic Tac del reloj, pero era sólo eso, neurosis.

Cerca de la cueva donde llegué, vivía don Chevo y su familia. La Seóora me regaló unas tortillas recién hechas, creo que porque hice reír a su pequeóa hija que dejó de llorar. Don Chevo, callado, afilaba su hacha.

Así pasé siete días esperando la llegada de Dios. La dicha sentida ante la majestuosidad del paisaje y el silencio ensordecedor, me permitió sentirme contento, pero, aun así, seguí exigiéndole a Dios que se presentara ante mí.

Regresé a mi casa y regresé a mi rutina. Si Dios no había venido, al menos yo sí cumplí en ir a buscarlo. La computadora me esperaba con docenas de correos electrónicos. Había uno sin nombre y sin asunto, me pareció extraóo, pero aun así lo abrí, decía: "£Hijo, gracias por llevarme contigo a la Sierra, la pasé muy bien junto a ti".

"£-+Y qué tal si Dios es uno de nosotros? Joan Osborne.

Jesushuerta3000@hotmail.com