Es importante conocer cómo actúa nuestro cuerpo y las consecuencias de estar expuestos por tiempos prolongados a temperaturas muy altas
Por: César Omar Leyva
El cuerpo humano necesita mantener una temperatura estable para funcionar correctamente. Sin embargo, la exposición a temperaturas extremas, tanto frías como calurosas, puede provocar estrés térmico, una condición que pone en riesgo la salud e incluso la vida.
El mes de febrero este 2025, ha dejado sentir temperaturas más cálidas que otros años, lo que es un indicativo de que posiblemente durante todo el año las temperaturas suban principalmente en los meses de mayo a agosto.
Sabiendo esto, es importante conocer cómo actúa nuestro cuerpo y las consecuencias de estar expuestos por tiempos prolongados a temperaturas muy altas.
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¿QUÉ ES EL ESTRÉS TÉRMICO Y POR QUÉ OCURRE?
El estrés térmico sucede cuando el cuerpo no puede regular su temperatura interna óptima, que oscila entre 36.5ºC y 37ºC.
Esto puede ocurrir en condiciones de frío o calor extremos, según el Ministerio de Ciencia, Tecnología e Innovación de Brasil, que advierte sobre el impacto del estrés térmico en enfermedades cardiovasculares y respiratorias.
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EFECTOS DEL CALOR EXTREMO: GOLPE DE CALOR Y DESHIDRATACIÓN
De acuerdo a un artículo publicado por National Geographic, en ambientes de alta temperatura y humedad, el cuerpo puede sobrecalentarse al no poder disipar el calor de manera efectiva. Según el estudio de Fiocruz, esto provoca deshidratación, agotamiento, mareos, insolación y, en casos graves, hospitalización o muerte.
EL CAMBIO CLIMÁTICO Y EL AUMENTO DEL ESTRÉS TÉRMICO
El cambio climático ha incrementado la frecuencia de olas de calor, lo que agrava los efectos del estrés térmico en la población. La Organización Mundial de la Salud (OMS) lo considera una de las principales amenazas globales para la salud.
Además de problemas cardiovasculares y respiratorios, el estrés térmico puede contribuir a la propagación de enfermedades transmitidas por vectores, como el dengue, y afectar la salud mental. Grupos vulnerables como ancianos, embarazadas y personas con enfermedades preexistentes corren un riesgo aún mayor.