Cada 17 de noviembre, el santoral de la Iglesia recuerda a Santa Isabel de Hungría, una joven princesa del siglo XIII que eligió caminar contracorriente en una época marcada por lujos, intrigas y desigualdades. Desde muy pequeña mostró una sensibilidad especial hacia quienes sufrían, encontrando en los pobres el rostro vivo de Cristo y haciendo de la caridad su misión más profunda.
Nacida en 1207 dentro de la nobleza húngara, Isabel se distinguió por despreciar los excesos de la corte y preferir una vida sencilla. Aun siendo heredera y prometida desde niña a Luis de Turingia, entendía el poder como un llamado al servicio y no como un privilegio. Por eso dedicaba largas horas a visitar enfermos, liberar presos y alimentar a quienes no tenían qué comer.
UNA LÍDER QUE INCOMODÓ A LA NOBLEZA
Su compromiso con los necesitados fue tan radical que desafió las costumbres de su tiempo. Repartió sus riquezas, denunció abusos de la nobleza y destinó los recursos reales para aliviar el hambre que golpeaba Turingia. Incluso vendió sus joyas y vestidos para sostener hospitales y apoyar a niños huérfanos.
Isabel no delegaba, ella misma curaba heridas, servía alimento y acompañaba a los moribundos. Construyó un hospital a los pies del castillo familiar para estar más cerca de quienes clamaban ayuda.

LA INFLUENCIA FRANCISCANA QUE MARCÓ SU VIDA
Su estilo de vida, austero y profundamente evangélico, la acercó al naciente movimiento franciscano. Antes incluso de conocer a los frailes, ya vivía una espiritualidad muy cercana a la de San Francisco de Asís: pobreza, servicio radical y alegría cristiana. Con el tiempo, adoptó el hábito de la Tercera Orden franciscana, convirtiéndose en la primera santa seglar de esta espiritualidad.
FE QUE SE MANTIENE FIRME ENTRE LA ADVERSIDAD
Tras la muerte de su esposo, Isabel enfrentó una dura lucha de poder por la regencia. Fue expulsada del castillo y separada de sus hijos. Sin embargo, lejos de renunciar a su fe, optó por una vida aún más entregada, viviendo entre comunidades de mujeres laicas dedicadas al servicio.
Quienes la conocieron destacaban su vida de oración tan intensa que, cuentan, su rostro parecía iluminarse en cada encuentro con Dios. No temía tomar decisiones drásticas si eso le permitía seguir fiel al Evangelio.
UN LEGADO QUE TRASCIENDE SIGLOS
Santa Isabel murió a los 24 años, agotada por su dedicación sin límites a los más pobres. Pese a su corta vida, dejó una huella imborrable. Fue conocida como la "madre de los pobres" y canonizada apenas cuatro años después de su muerte.
La Orden Franciscana Seglar la considera hoy un modelo de entrega laical. Su Ministra Nacional en España destaca que Isabel enseñó, con su ejemplo, que "dar la vida" significa entregarse en obras concretas, generosas y desinteresadas.
Su mensaje continúa vigente: vivir con sencillez, compartir lo que se tiene y hacer del amor al prójimo un acto cotidiano. En un mundo marcado por el ruido, la prisa y la indiferencia, la vida de Santa Isabel de Hungría recuerda que la verdadera grandeza nace de servir.




