Cada 13 de noviembre, el santoral de la Iglesia Católica honra a San Diego de Alcalá, un fraile franciscano cuya vida de servicio, humildad y milagros dejó una profunda huella en España y América.
San Diego de Alcalá, conocido también como Fray Diego de San Nicolás, nació en 1400 en San Nicolás del Puerto, Sevilla. Desde joven sintió el llamado de Dios y decidió vivir como ermitaño, entregando su vida a la oración y a la penitencia. Tiempo después se unió a la Orden de los Frailes Menores de la Observancia, donde destacó no por su rango, sino por su profunda humildad.
Su entrega lo llevó a las Islas Canarias como misionero, donde fue portero y luego guardián del convento. Quienes convivieron con él recuerdan su carácter bondadoso, su paciencia y su corazón compasivo, virtudes que lo convirtieron en un ejemplo de santidad. Su modo de vida reflejaba, con hechos concretos, la sencillez y el amor al prójimo que predicaba.

MILAGROS Y SERVICIO DURANTE LA EPIDEMIA EN ROMA
En 1450, con motivo del jubileo y la canonización de San Bernardino de Siena, Diego viajó a Roma. Durante su estancia, una epidemia azotó la ciudad, y el fraile decidió quedarse para cuidar a los enfermos. En aquellos meses, se le atribuyeron varios milagros, como la sanación de un niño gravemente herido tras caer en un horno encendido.
Diego siempre atribuía estos prodigios a la intercesión de la Virgen María, a quien profesaba una devoción inquebrantable. Para él, nada provenía de su propio mérito, sino de la misericordia divina.
EL FRAILE QUE CURÓ A UN PRÍNCIPE
De regreso en España, fray Diego continuó su vida como portero y jardinero del convento de Santa María de Jesús, en Alcalá de Henares. Allí sirvió hasta su muerte el 12 de noviembre de 1463. Su cuerpo fue velado durante varios días, y tanto cardenales como miembros de la realeza acudieron a rendirle homenaje.
Entre ellos se encontraba el rey Felipe II, quien presenció la curación milagrosa de su hijo, el príncipe Carlos, gracias a la intercesión del fraile. Este hecho consolidó la fama de santidad de Diego, a quien el pueblo ya veneraba por sus obras y por su vida de servicio.
UNA DEVOCIÓN QUE CRUZÓ OCÉANOS
Con el paso del tiempo, la devoción a San Diego de Alcalá se extendió más allá de España. En América, especialmente en México, su figura se mantiene viva. En el estado de Durango, por ejemplo, es venerado como santo patrono.
Asimismo, su nombre llegó hasta Estados Unidos: la ciudad de San Diego, en California, debe su denominación a la misión franciscana de "San Diego de Alcalá" fundada en el siglo XVIII. Así, su legado espiritual traspasó fronteras y se convirtió en símbolo de fe, humildad y servicio.




