En el pequeño pueblo de Riudoms, en la provincia de Tarragona, nació Miguel Bautista Gran un 24 de noviembre de 1620. Proveniente de una familia de labradores, humilde en lo material, pero enormemente rica en fe, sus primeros años estuvieron llenos de una profunda educación religiosa. Sus padres sembraron en su corazón un amor inquebrantable por Dios y una devoción tierna y especial hacia la Virgen María, un culto que definiría toda su vida.
Aunque su formación académica fue breve y su juventud transcurrió entre las tareas del campo, Miguel encontraba siempre momentos de soledad y oración. Su rutina incluía visitas constantes a la iglesia para rezar ante el Santísimo Sacramento, dedicando incluso noches enteras en vela, especialmente antes de las grandes festividades, en un diálogo profundo con lo divino.
UNA VIDA MATRIMONIAL EXTRAORDINARIA Y UNA VOCACIÓN QUE PERSISTE
El anhelo de Miguel por consagrar su vida a Dios surgió pronto, pero su camino tomó un giro inesperado al contraer matrimonio. En un testimonio extraordinario de fe mutua, ambos cónyuges tomaron la decisión de vivir en castidad perfecta, como hermanos, conservando su virginidad por amor a Dios. Este pacto celestial se cumplió hasta que, dieciséis meses después, su esposa falleció, partiendo de este mundo con la confirmación de que había mantenido su promesa intacta.
Libre de sus lazos terrenales y con la bendición de sus padres, Miguel intentó por fin seguir su llamado inicial. Se presentó en el convento franciscano de San Miguel de Escornalbou con el deseo de ingresar como hermano lego. Sin embargo, su solicitud fue denegada inicialmente; los superiores consideraron que su salud era frágil y su formación, insuficiente. Lejos de desanimarse, persistió con una humildad que finalmente abrió las puertas del convento, donde adoptaría el nombre que lo haría conocido para la historia, Fray Buenaventura.
AUSTERIDAD, FUNDACIONES Y EL ASOMBROSO ÉXTASIS VOLADOR
Ya como franciscano, la vida de Buenaventura se caracterizó por una observancia rigurosa de la regla y una caridad sin límites. Sus superiores, reconociendo su virtud, lo enviaron a fundar nuevos conventos de retiro espiritual en la región romana, donde promovía una vida de máxima austeridad y oración.
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Desempeñó oficios humildes como cocinero y limosnero, roles que utilizaba para estar en contacto con los necesitados y orientar todo hacia la gloria de Dios. Pero sin duda, el evento que grabó su nombre en la memoria colectiva fue un milagroso éxtasis. Mientras explicaba la doctrina a los niños en la iglesia del convento de Mora, su mirada se clavó en un cuadro de la Inmaculada. En un instante, y ante el asombro de todos, fue impulsado por el aire como una flecha hasta besar el rostro de la Virgen. El estupor de los presentes, incluidos los frailes, se transformó en aclamación, aunque él, lleno de vergüenza y humildad, se refugió en su celda para huir de cualquier fama de santidad.
EL DESCANSO ETERNO Y SU LEGADO PERDURABLE
De acuerdo con franciscanos.org, Fray Buenaventura partió hacia el Paraíso que tanto anhelaba el 11 de septiembre de 1684, a la edad de 64 años. Tras recibir los Santos Sacramentos con una devoción que conmovió a todos los presentes, bendijo a sus hermanos y emprendió su último viaje. Su vida de entrega, milagros y caridad no pasó desapercibida para la Iglesia. El Papa Pío X, reconociendo sus virtudes heroicas, lo elevó a los altares declarándolo Beato el 10 de junio de 1906. Su legado de fe, humildad y amor por los pobres sigue inspirando a miles de fieles en todo el mundo.
SANTOS QUE CELEBRAN SU DÍA HOY:
- San Pafnucio de Egipto
- San Adelfio de Luxeuil
- San Daniel Wyn
- San Elías Espeleota
- Beato Francisco Mayaudon
- Beato José María Segura Penadés
- San Juan Gabriel Perboyre
- San Leudino de Toul
- San Paciente de Lyon
- Beato Pedro de Alcántara Villanueva
- San Sacerdote de Lyon