Sonora

Yocogihua: la última fábrica de aguardiente alamense



Por: Fabián Pérez

El cronista de Álamos co­mentó que en un principio fun­cionaba con fuerza de sangre, cuyo aguardiente tomó el nom­bre de Yocogihua.

“Sabemos que ahí mismo cul­tivaban los mezcales utilizados para la producción, puesto que en 1899 el señor Rafael Alma­da indicaba en su testamento que el camino que va de Yoco­gihua al Agua Nueva hay una mezcalera, en la carrera vieja”, describió.

Una década después, indicó, la fábrica se había moderniza­do, pues funcionaba con maqui­naria de vapor y daba empleo a 17 hombres, producía 18 mil 800 litros al año y su capital as­cendía a 30 mil pesos.

En 1910 llega la Revolución, señala, devastando toda la re­gión, y, finalmente, la destilería de Yocogihua, como todas las de Sonora, cerró sus puertas en agosto de 1915, luego de que el gobernador Plutarco Elías Ca­lles decretara la ley de prohibi­ción que se le conoció popular­mente como “Ley Seca”.

A partir de entonces, expuso, la hacienda cumplió únicamen­te su función ganadera.

En estas circunstancias, mencionó, las herederas de Yo­cogihua, Angelina Almada viu­da de Almada, Elena Almada de Elenes, Balvanera Almada viuda de Bartning y Justina Almada viuda de Zakany, ven­dieron la hacienda al señor Da­vid Escobosa, en noviembre de 1927.

Posteriormente, en 1934, Es­cobosa vendió la propiedad de seis mil 690 hectáreas al señor David Andrés Sugich Rafaelo­vich, quien le devolvió el lustre y renombre de antaño.

David, cuyo verdadero nom­bre era Vido, era originario de Yugoslavia, de donde vino a América una vez iniciada la Primera Guerra Mundial en compañía de sus hermanos. Se asentó en Navojoa, donde esta­bleció una licorera denominada “Licores Sugich, S.A.”, y se con­virtió, a la vez, en el primer dis­tribuidor autorizado de Grupo Modelo en Sonora, llegando a montar 164 bares en el Estado.

Refirió que una vez en pose­sión de la hacienda, se dedicó con ahínco a reconstruirla, la cual, ya reparada, contaba con oficina, sala, dos cocinas, co­rredor, cinco recámaras y dos baños y medio, además de la fábrica.

La destilería contaba con un almacén abierto para recepción de mezcal y uno cerrado donde se encontraba la factoría, que constaba de tres calderas, una destrozadora de mezcal, una tahona, un alambique de cobre, 23 tinas de tres mil 100 litros cada una y una de dos mil, ade­más de un pozo y dos pilas para el agua.

Además, dijo, se producía alrededor de 200 litros diarios empleando aproximadamen­te a 20 personas. El mezcal se cultivaba en la misma Yoco­gihua, las variedades que se sembraban incluían a la “ San Antoneña” y “El Chino”, am­bas nativas del lugar. En cada hectárea había 2,500 plantas, que eran cuidadas por ocho o 10 hombres, que deshierbaban, podaban los mezcales y revisa­ban los viveros.

El proceso de producción iniciaba con el corte del mezcal efectuado por 10 jimadores. Una vez limpias las piñas, las subían a carre­tones tirados por mulas y las conducían hasta el almacén de recepción, donde las partían por la mitad y las cocían a va­por por espacio de 72 horas en dos hornos de mampostería con capacidad de 10 toneladas cada uno. Una vez cocidas las pasa­ban a la destrozadora y luego las colocaban en una tauna, para que le extrajeran el jugo que era conducido hasta las tinas, donde lo dejaban fer­mentar de cinco a siete días.

Una vez fermentada, pa­saban esta mezcla a la destila­ción en el alam­bi­que, que en un principio funcio­nó con leña y en los últimos tiempos con chapopote, el cual tenía una capacidad de carga de mil litros y tardaba 24 horas en destilar y redestilar el mezcal, ya que este aguar­diente era bidestilado.

El líquido salía con más de 40 grados de alcohol y era depositado en damajuanas de vidrio. Posteriormente las vaciaban en una tina grande, donde lo bajaban a 21 grados. Hecho esto, lo depositaban en barricas de roble de 180 litros de capacidad o en toneles de 10 mil litros.

En seguida era conducido a Navojoa por el camino de Ma­siaca, donde lo embotellaban y etiquetaban, para luego expenderlo en las li­coreras del mis­mo Sugich y distribuirlo en Sono­ra, Sinaloa y Baja Califor­nia.

Toda la energía utili­zada en el proce­so provenía de las calderas de 60 y 100 caba­llos de fuerza que funcio­naban con chapopote y que, además de mover las máquinas, también hacían funcionar el generador de electricidad.

Las calderas estaban a cargo de tres fogoneros y la produc­ción nunca paraba, razón por la cual había tres turnos de ocho horas cada uno. Cada cambio de turno era anunciado jalando una cadena, que liberaba vapor y hacía sonar una sirena tan fuerte, que se oía a grandes dis­tancias.

David Sugich falleció en mar­zo de 1965 y la fábrica continuó con resultados “más o menos buenos, aunque poco a poco fue mermando la productividad”.

En noviembre de 1975, la autoridad expropió seis mil 490 hectáreas de Yocogihua y 10 años después, en 1985, una vez agotada la materia prima, la fá­brica cerró definitivamente sus puertas. Nunca más se volvió a sembrar maguey y las tierras, ociosas, se enmontaron. El Eji­do, como dice Dresser, “proveyó dignidad a los campesinos, pero no una ruta para que escapa­ran de la pobreza”. Así, la gente perdió el empleo constante y remunerado que tenían en la destilería. Actualmente, de la anterior grandeza de la ha­cienda no quedan más que las ruinas de la vieja casona.

Al día de hoy existe una fábri­ca productora de aguardiente, bajo la denominación de origen “baca­nora”, en el Mu­nicipio de Álamos, propiedad del señor Ramón Miranda, que se comercializa con el nom­bre de “El Real Bacano­ra”, en alusión al título de Real de Minas.