Por: Eduardo Sánchez
De pronto noté que estaba completamente bichi ante más de unas 20 personas que departían a mi alrededor, gente que ni siquiera conocía, y, aunque esta no era la primera vez que me bañaban en público, sí fue la primera vez que sentí vergüenza. Tendría unos cinco años, pero así como todos recordamos, al menos en parte, historias de nuestra niñez, yo recuerdo muy bien esa primera vez que sentí vergüenza de que me vieran desnudo. Era un Sábado de Gloria en Semana Santa en el rancho “La Primavera”, de mi tío Frank, ubicado a unos 20 kilómetros de Querobabi, a donde fuimos a pasar las vacaciones como todos los años.Mi tío nos recibía en su casa del rancho y ahí nos hacíamos bola toda la familia y nos la pasábamos de lo mejor. Pero ese día, el Sábado de Gloria fue especialmente inolvidable para mí, pues, además de porque presencié por primera vez en mi vida cómo mataron una vaca con una daga que le enterraron en el corazón, provocando que un chorro de sangre saliera con fuerza mojando la tierra seca; los bramidos de dolor antes de que muriera el pobre animal me hicieron llorar. Sentí mucha lástima por la vaca. En verdad, a mí no me importaba que fuera a haber mucha carne, como la hubo, durante ese día y otros más. Yo no podía entender tanta crueldad y ver cómo se le torcieron los ojos durante la agonía, fue terrible, pero para los vaqueros era un día más de trabajo.
Después de destazar la res con una habilidad sorprendente, hicieron carne asada para todos; dieron algo de las tripas a los perros, y partes, como la cabeza y la cola, las enterraron y las cocinaron a fuego lento. En un par de horas estaba un ranchero, raspando por dentro el cráneo con una cuchara hasta sacarle el último pedazo de los sesos, alegando que era lo más sabroso del animal.
Después del macabro festín, los niños nos fuimos al represo a jugar y a tirar piedras para hacer “patitos” en el agua. La orden era que regresáramos a casa en cuanto comenzara a caer el sol, y ya nos esperaban para darnos a los más chicos el acostumbrado baño a jicarazos antes de dormir.
Cuando llegó mi turno, me quitaron la ropa y me pasaron al frente en donde estaba mi madre con una cubeta llena de agua tibia. Fue en ese momento en que sentí vergüenza por primera vez de que me vieran desnudo. De inmediato me tapé el pajarito con una mano y las nalgas con la otra. Llorando, molesto, le dije a mi madre que no quería bañarme y me escabullí para irme a poner la pijama, empapado como estaba. Desde entonces no volví a dejar que me bañaran, y menos en público.