Por: Eduardo Sánchez
Hay una iguana que se vino a vivir a mi casa. No sé de dónde salió, pero al parecer le gustó mi jardín para quedarse a vivir, y en cuanto la temperatura sube de los treinta grados, ella comienza a salir de su madriguera. Para mí, el solo observarla, me genera un universo de pensamientos y es que, aunque pareciera que nada la inmutara, en realidad su atención no cede en ningún momento pues un segundo de distracción podría costarle la vida. Por eso, cada salida a tomar el sol es un asunto de vida o muerte para ella. Si no recibe los rayos del sol, muere, pero al hacerlo corre el riesgo de terminar su vida en las garras de algún depredador.La vida de la iguana es en parte como la vida humana. Todo implica un riesgo y cada riesgo implica un todo. Es posible que por eso la vida suela ser un ejercicio que llega a cansar y a hastiar, de la misma manera que lo hacen los problemas diarios que se nos van presentando y que nos hacen sentir que nadamos a contra corriente en un mundo de problemas cada día más difíciles de sortear
Quizá pienses que el rico tiene una vida fácil y sencilla, pero es posible que él ni siquiera se piense rico. Cómo también puedes pensar que el pobre tiene una vida de sufrimiento, y, quizá, tampoco se sienta pobre.
Es extraño ver como la vida siempre gira alrededor de la incertidumbre. Es agonizante sentir como la mente hace y deshace a su antojo en nuestro interior sin pedirnos ninguna autorización, llevándonos de lo sublime a lo despreciable, o de la alegría a la tristeza, de un segundo a otro y sin mucho que podamos hacer para que las cosas sean como deseamos.
También, es posible que cuando comiences a descubrir al monstruo que habita en tú cabeza, ya sea un poco tarde para apenas comenzar a luchar contra él. Ahí te das cuenta que fueron muchos años de niñez, juventud y madurez perdidos en el limbo, lo que es comprobable al ver a los millones de personas que sufren a nuestro alrededor.
En ese devenir de la ilusión humana se han llenado ríos y mares de lágrimas; la sangre ha corrido sin sentido alguno, alcanzando a apagar los fuegos y hasta la misma luz que un día nos prometieron iluminaría nuestros corazones. La realidad es exaltada por la visión de unos ojos hambrientos de afecto, pero la realidad nos demuestra que el amor es un platillo que se sirve sólo para los dioses, por lo que los meros mortales permanecen en ayunas.
Los hijos, casi siempre, no son más que frutos del fuego de las entrañas, por eso sus vidas se apagan sin remedio ante la briza de un mundo que nació del mar. La locura nos acompaña irremediablemente durante todo el camino y nos lleva, cual rehenes, a cárceles solitarias, desde donde deberemos de hacer nuestro mayor esfuerzo, casi sobrehumano, para poder llegar a ser parte del plan maestro del universo. Hasta poder encontrar el equilibrio que solo puede brindar una conciencia despierta…
Mientras tanto, aquí seguiré cavilando junto a esa simple iguana que atrajo mi atención y relaja mis sentidos.