Por: Eduardo Sánchez
Debo admitir que me dio mucho coraje. ¡Demasiado! ver a un señor cintareando a una niña enfrente de todos porque la niña no se podía quedar sentada “quietecita” mientras que él se comía unos tacos atrás del mercado de la Comuripa. Es de las cosas más infames que he visto. Es algo grotesco, al menos para mí.¿Qué nos da el derecho de golpear así a un niño por una tontería? Nada. Los niños no son cosas de nuestra propiedad con las que podemos hacer lo que nos dé la gana. Aunque, en estos casos se debe denunciar el hecho y pedirle al padre que no lo haga, con el respectivo riesgo de que a solas se desquite con el pobre niño a solas.
Los golpes y los malos ejemplos dejan huellas imborrables en sus corazones, que con el tiempo se traducen en malas conductas, sí, justo como está nuestro Estado, lleno de malas conductas de adolescentes, jóvenes y adultos.
Ver a un niño sufriendo y avergonzado te rompe el corazón, aunque parece que no a todos les pasa esto.
Luego nos extrañamos de tanta violencia, suicidios infantiles, jovencitos infractores, pero somos nosotros los que les estamos fallando. No nos respetamos a nosotros mismo, menos a nuestros hijos o vecinos, de ahí que vivamos inmersos en un vórtice de violencia.
Ahí vamos pasándoles todas nuestras frustraciones y quebrantos a los menores, y en ellos se convierten en emociones negativas con las que no saben lidiar, y todo por la falta de adultos completamente conscientes de la gran responsabilidad que implica tener hijos, a los que hay que guiar con afecto y dedicación para que puedan sobrellevar con éxito esta aventura emocional- espiritual que llamamos vida. Ayudarlos a aprender a equilibrar sus sentidos lo que les facilitará acceder con más constancia a lapsos de alegría y satisfacción por su existencia, de otra manera evitarán sentir como mecanismo de defensa, anota E. Tolle, pero este mecanismo de defensa permanece hasta la edad adulta. La emoción sigue viva y, al no ser reconocida, se manifiesta indirectamente en forma de ansiedad, ira, violencia, tristeza, adicciones y hasta en forma de enfermedad física.
¿Por qué no?
Tengo años conviviendo con adultos mayores, tantos que ya casi los alcanzo, y he pensado que sería extraordinario si, con la idea de hacer mejor las cosas, se creara en nuestra ciudad un consejo de ancianos.
Por una parte, las administraciones públicas y las instituciones podrían contar con los consejos de personas mayores, y por otra parte los ancianos se sentirían útiles, vivirían mejor y con más interés.
Esto no implica necesariamente desembolsos económicos mayores, si acaso cada reunión podría ser en algún comedero local y a tomar nota de temas específicos. Es decir, citarlos y preguntarles como resolverían ellos tal o cual problema, y así poco a poco ir fortaleciendo de una manera integral todos los sectores de nuestra comunidad.¿Por qué no?