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La gente de diario: entre niños y ancianos





¿Qué nos da el derecho de gol­pear así a un niño por una tontería? Nada. Los niños no son cosas de nuestra propiedad con las que po­demos hacer lo que nos dé la gana. Aunque, en estos casos se debe de­nunciar el hecho y pedirle al padre que no lo haga, con el respectivo riesgo de que a solas se desquite con el pobre niño a solas.

Los golpes y los malos ejemplos dejan huellas imborrables en sus corazones, que con el tiempo se tra­ducen en malas conductas, sí, justo como está nuestro Estado, lleno de malas conductas de adolescentes, jóvenes y adultos.

Ver a un niño sufriendo y avergonzado te rompe el cora­zón, aunque parece que no a to­dos les pasa esto.

Luego nos extrañamos de tanta violencia, suicidios infantiles, joven­citos infractores, pero somos noso­tros los que les estamos fallando. No nos respetamos a nosotros mis­mo, menos a nuestros hijos o veci­nos, de ahí que vivamos inmersos en un vórtice de violencia.

Ahí vamos pasándoles todas nuestras frustraciones y quebran­tos a los menores, y en ellos se con­vierten en emociones negativas con las que no saben lidiar, y todo por la falta de adultos completamente conscientes de la gran responsabi­lidad que implica tener hijos, a los que hay que guiar con afecto y dedi­cación para que puedan sobrellevar con éxito esta aventura emocio­nal- espiritual que llamamos vida. Ayudarlos a aprender a equilibrar sus sentidos lo que les facilitará acceder con más constancia a lap­sos de alegría y satisfacción por su existencia, de otra manera evitarán sentir como mecanismo de defensa, anota E. Tolle, pero este mecanis­mo de defensa permanece hasta la edad adulta. La emoción sigue viva y, al no ser reconocida, se ma­nifiesta indirectamente en forma de ansiedad, ira, violencia, tristeza, adicciones y hasta en forma de en­fermedad física.

¿Por qué no?

Tengo años conviviendo con adultos mayores, tantos que ya casi los alcanzo, y he pensado que sería extraordinario si, con la idea de hacer mejor las cosas, se creara en nuestra ciudad un consejo de ancianos.

Por una parte, las administra­ciones públicas y las instituciones podrían contar con los consejos de personas mayores, y por otra parte los ancianos se sentirían útiles, vivi­rían mejor y con más interés.

Esto no implica necesariamente desembolsos económicos mayores, si acaso cada reunión podría ser en algún comedero local y a tomar nota de temas específicos. Es decir, citarlos y preguntarles como resol­verían ellos tal o cual problema, y así poco a poco ir fortaleciendo de una manera integral todos los sec­tores de nuestra comunidad.¿Por qué no?