Justo cuando doña Rita se le­vantó de su silla para apagarle a los frijoles, tocaron a su puerta. Era muy común que alguien lo hi­ciera, pero no con esa insistencia. Al abrir, grande fue su sorpresa al ver que por fin le había llegado la Biblia que había estado esperando durante semanas. Era una edición de la más alta calidad, con ilustra­ciones a todo color, forrada en ma­dera tallada, con un tratamiento contra las termitas y en tamaño tabloide. Venía impecablemente empacada y con una nota que certificaba su autenticidad y que contaba con la bendición papal.

La emoción que sintió la hizo llorar. A su hija, que le ayudó a desempacarla, le pareció una Bi­blia muy hermosa, pero algo pe­sada. En cambio, a ella le pareció liviana. Y dijo que su fe le dio este primer milagro: el de no sentirla pesada. A su esposo, un hombre de más de setenta años, le dieron nervios, pues ambos vivían de su pensión y el costo que tenían que pagar por la Biblia era de dos mil cuatrocientos pesos, más gastos de envío. Pero para el siguiente día la cantidad ya se le había ol­vidado, pues la dicha de su que­rida esposa, era inefable. Pronto los vecinos comenzaron a desfilar uno a uno por su humilde mora­da con tal de ver la Biblia de doña Rita. Ella pasaba horas y horas leyendo las liturgias y cada día se sentía más satisfecha de su com­pra. Muy pronto se le ocurrió or­ganizar, manzana por manzana, grupos católicos, y era común que la invitaban a decir unas palabras en las primeras comuniones, en bodas, velorios y en cuanto evento consideraban necesaria la Pala­bra de Dios.



Para doña Rita era muy boni­to lo que estaba logrando gracias a la inspiración que le trajo la Bi­blia, pues sentía que la gente vivía triste; sin poder entenderse unos y otro, y ella estaba segura que con la Palabra de Dios y la oración todo se podía arreglar. Contaba que sus Salmos predilectos eran el 91 y el 23. Yo no sabía nada de lo que me hablaba, pero ella lucía tan satisfecha de su labor, que sólo me disponía a escucharla. Asegu­raba que Dios sí existe y que está presente en las buenas obras; en cambio, el diablo se hacía presen­te en la envidia, el odio, el rencor, los corajes y todas las malas accio­nes.



Era muy común verla entrar a las casas llevando la buena nueva y diciendo que el Espíritu Santo los aliviaría de todo mal. Visitaba a los enfermos y hacía oración con ellos. En sí, la vida de doña Rita, cambió. Se sentía iluminada.



El problema fue cuando ya no pudo seguir pagando los abonos. La cuenta fue creciendo al grado de no poder cumplir con su com­promiso. Les pedía apoyo a los vecinos, pero no juntaba ni una tercera parte de lo que tenía que pagar. Y así pasaron dos años, hasta que la compañía que se la vendió se la embargó. De paso se llevaron la mesita especial para ponerla que también había saca­do a crédito.



Doña Rita se quedó sin su Bi­blia, y, aunque había aprendido de memoria muchos de los Salmos, nunca se pudo hacer a la idea de no tenerla más. Yo, queriendo consolarla, le dije que le regalaría una, me acordé de esas biblias que hay en los hoteles y que podría to­marla para dársela. Pero no, ella quería su Biblia, la especial, y andaba pidiendo dinero prestado para recuperarla. Ya no volví a sa­ber de doña Rita.



"Cuando tú y la Biblia creas, verás que grande fue Jesús y sen­tirás que hace leve el peso que hay en tu cruz" Nelson Ned
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