El contrato

(primera parte)

Mi esposa ya estaba harta de soportar "el ruidajo" que hacíamos cada que vez que ensayaba con el grupo que armé con unos amigos músicos, y me lo echaba en cara cada vez que podía; y es que decía no estar de acuerdo en que "el escaso tiempo que me quedaba libre se lo dedicara a la música y no a la familia", y yo le recordaba que desde antes que me conociera ya tenía ese gusto por tocar y que estaba seguro que llegaría el día en que pudiera ganar un dinerito extra con este oficio, pero se hacía oídos sordos.


La cosa es que nos juntábamos a ensayar en mi casa dos o tres veces a la semana canciones oldies de Los Apson, Los Terrícolas, Los Ángeles Negros, Los Babys, Los Pasteles Verdes, Los Beatles, entre otros, y la verdad que sonábamos de regular a bien. Ya teníamos nuestros "fans" que se ponían por fuera de los ensayos y que iban a los bares o fiestas donde de repente tocábamos. Eso sí, nunca dejábamos de tocar, aunque mi vieja me la hiciera de tos. No sé por qué no podía entender que es muy bonito entretener a la gente y más si te pagan por hacerlo.



Poco a poco fuimos aumentando nuestro reper­torio, aunque casi no teníamos nada de equipo. Pero por ganas no parábamos. Así fue pasando el tiempo, años, diría yo, pero no salíamos de donde mismo. Prácticamente casi nadie nos conocía, así que un día se nos ocurrió hacer un video y lo subimos a Facebook. A los pocos días ya tenía­mos cientos de likes, pero nadie nos llamaba para contratarnos, hasta que varias semanas después me marcaron a mi celular, era un número anóni­mo, pero aun así contesté...



—Bueno, grupo Los Obsonoldies, contesté.



"Con ustedes quería hablar"—dijo una voz como en Do Mayor. "Es quiero que vengan a tocar a mi fiesta de cumpleaños dentro de 15 días; dígame, compa, a qué cuenta le deposito; no importa lo que sea, pero quiero que vengan a mi fiesta". — ¿Quién habla?, pregunté; Habla Pedro, de Nacozari... ¿en qué cuenta le deposito? Insistió.



Bueno, es que si es en Nacozari... — ¡deme su cuenta y le deposito lo que sea; por el equipo no se preocupen, yo acá les pondré! —Me interrumpió.



¡Está bien! ¡Está bien! Van a ser cuarenta y cinco mil pesos con todo y traslado; mi cuenta es 867509 Bancofer...



A los minutos ya estaba hecho el depósito. De inmediato le hablé a los del grupo y les dije: ¡diez mil pesos para cada uno por una noche de traba­jo! Y todos se pusieron muy contentos.



Salimos el viernes en la madrugada y llegamos a la dirección acordada. Ya nos estaban esperando. Nos dijeron súbanse a esta Suburban y dejen ahí su carro. Y así lo hicimos. En cuanto nos subimos los cuatro nos dijeron, compas, no se asusten, pero vamos a un lugar muy privado, les vamos a tapar los ojos. Pensé que era una broma, pero no. ¡Nos vendaron los ojos! Y nos fuimos. Como una hora después de camino llegamos a un lugar y nos qui­taron las vendas. El lugar era una hacienda pre­ciosa. Al fondo se veía un escenario con luces de lo mejor, como nunca habíamos pisado. Nos llevaron a una casa de huéspedes al fondo y nos dijeron que estuviéramos listos en dos horas. Estábamos muy nerviosos. La casa estaba llena de lujos y de cosas para comer y para tomar. Nos sentíamos como estrellas. A las dos horas nos pidieron que co­menzáramos a tocar y así lo hicimos. La gente fue llegando poco a poco. Parecía gente muy excéntri­ca. Mujeres hermosas y tipos con sombrero. Había un grupo de música norteña con el que íbamos a estar alternando. La fiesta fue tomando forma y la gente se comenzó a ambientar. Había muchas botellas de todo tipo de licor, y cervezas, claro. Nosotros, con ese equipo de sonido, en ese lugar y bien pagados, estábamos a gusto...

Continuará.