El celular

Por: Eduardo Sánchez

Dicen que uno nunca termina de conocer a los demás, ni siquiera a la esposa o esposo, y eso es muy cierto, pero, lo que es más extraño, es que ni a nosotros mismos nos terminamos de conocer del todo; digo esto porque nunca pensé que esta­ba tan obsesionado con el teléfono celular.

El viernes temprano salí de Hermosillo a Obregón y en el camino recordé que tenía que hacer unas llamadas, entonces me llevé la mano a la bolsa de la chamarra para tomar mi teléfono, pero no estaba, y metí la otra mano en la otra bolsa, y nada, y luego en las bolsas del panta­lón… ¡y nada!



Sentí que el corazón se me salía al pensar que lo había perdido; entonces me acordé que lo dejé sobre la cama y lo olvidé al salir de prisa, pero ya llevaba 40 kilómetros de carretera, y ni de broma me podía regresar pues no llegaría a tiempo a una cita que tenía en Obregón. Entonces caí en cuenta que iba a pasar ¡cuatro días sin mi celu­lar!...me sentía fatal…



Y comencé a pensar de cuántas llamadas me perdería, y que no estaría disponible para recibir ese “importantísimo” timbrazo que siempre parecemos estar esperando, o el mensaje de ese posible amor que por fin se animaría a comu­nicarse. Pensaba en cuántas reuniones sociales se me iban a pasar; de cuántas noticias no me enteraría, en cuántos chismes y demás asuntos que suelen ser motivo de llamadas me perdería.



También, caí en cuenta que no tengo los núme­ros de mis familiares en alguna agenda aparte del móvil. Y así pasé el fin de semana sin hacer ni recibir llamadas; desconectado del mundo, a menos que fuera a un Ciber Café, porque no tenía una PC en casa.



Al llegar la noche del sábado, instintivamente, yo seguía llevando la mano a la cintura querien­do ver la hora o para ver si he recibido algún mensaje. No sabía que tenía estos “tics” compul­sivos, pues esta fue la primera vez que me separé del teléfono “tanto” tiempo, y creo que es por eso que hasta ahora me doy cuenta de la obsesión que he desarrollado por dicho aparato. Por lo general lo tengo en vibrador, así que aún después de más de 48 horas de no llevarlo conmigo, lo sigo sintiendo que vibra en mi cintura, y estiro la mano, y nada.



He descubierto que, incluso, cuando suena cualquier teléfono, creo que es el mío; es una obsesión que se va desarrollando al grado que mucha gente va enviando mensajes mientras maneja sin importarles provocar un accidente, estando en misa e, incluso mientras está tenien­do relaciones sexuales —me han contado—.



Pasaron los cuatro días y, en cuanto abrí la puerta de mi casa, corrí a buscar el teléfono, antes, incluso, que ir al baño, y hasta que lo tuve en mis manos me sentí contento. Aún le quedaba un poco de batería y me puse a checarlo de inme­diato, y me di cuenta que no me había perdido de nada, que no había recibido ningún mensaje importante, pero aun así, lo admito, descubrí que he extrañado más a ese aparatito que algún amigo sin ver; a ese grado.



También, en mi obsesión, pensé que para que no me volviera a pasar esto, sacaría copias de la llave de mi casa para dejárselas a algún vecino para que me lo mandara por paquetería si se me llegara a olvidar.



Es, hasta cierto punto, vergonzoso descubrir lo débil que soy en este aspecto, y tanto que criticaba a los demás, pero algo hay que hacer algo para no depender tanto anímicamente de un simple teléfono. A cuántas cosas estaremos atados sin darnos cuenta, y cuántas personas que queremos pero como no nos faltan de momento, no hemos mesurado el vacío que podría dejarnos su partida. La separación por unos días de este simple aparatito, me ha hecho pensar que quizá no estoy preparado para soportar la ausencia de los seres queridos, por eso hablaré con ellos, pero en persona.


“Cuando tú quieras localizarme a este núme­ro debes llamar, a cualquier hora y a cualquier parte porque ya traigo mi celular” Los Tigres del Norte


  • Jesushuerta3000@hotmail.com

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