De mi amor por la cerveza

Por: Eduardo Sánchez

Mi amor por la cerveza comenzó una mañana de sábado muy temprano, después de una noche de terror. Lo recuerdo muy bien, y eso que no había cumplido aún los diez años. Recuerdo que llegamos de visita con una tía en Agua Prieta, y como venía toda la familia a mí me tocó dormir en el cuarto del fondo de la espeluznante residencia de la tía. Era una casa oscura, que tenía solo dos ventanas, a pesar de que era muy muy grande.



Lo único que se veía era un corredor y un patio totalmente abandonado y unos árboles secos. Todo se veía a blanco y negro por la falta de luz. Los techos de lámina crujían como si algún animal anduviera sobre ellos. Había tras­tos y cachivaches por doquier que hacían casi imposible el caminar sin tropezarse. Las paredes de cuartos y baños estaban cubiertas de moho. El ambiente olía a añejo; había telarañas en cada rincón, y todo tenía capas de polvo sobre polvo, y ahí, en ese lugar, al fondo, estaba el cuarto donde a mí me tocó dormir…solo.



Y llegó el momento en que, después de una rica cena cocinada en estufa de leña, nos mandaron a acostar a los niños. Yo quería dormir con la luz prendida, pero mi mamá la apagó. Caí rendido en la cama y en unos minutos estaba bien dormido. Por la media noche un pleito de gatos me despertó; el techo crujía de nuevo, veía sombras en las paredes y me dio mucho miedo, entonces me metí bajo las cobijas y me acurruqué al extremo de la cama, pegado a la pared. Parecía una pesadilla, pero no, estaba despierto, y me tenía que aguantar, pues ya era un hombrecito grande yo. De pronto, comenzó a sonar un grupo norteño muy cerca de ahí, muy muy cerca, hasta sentí que la pared vibraba, y, por suerte, la música me permitió sentirme acompañado y se me quitó el miedo, hasta que me volví a quedar dormido…



A la mañana siguiente, muy temprano, mi tía me dijo que si la acompañaba a un mandado, y yo, con tal de sa­lir de ese lugar me fui con ella, en piyamas. No fuimos muy lejos, fuimos justamente al local que estaba junto a su casa, que era un enorme bar llamado La Paloma, que luego supe que era de ella, y entramos. De inme­diato me dio un fuerte olor a cigarro, perfume barato, orines y… ¡cerveza! Esos aromas me encantaron. Ese lugar y esos olores fueron una catarsis para mí, después de una noche difícil. Ahí me di cuenta que entre el escenario donde tocaba el grupo y la cama donde yo dormía, solo había una pared que nos separaba. Desde entonces se me quitó el miedo de dormir en esa casa, pues sabía que siempre enseguida había gente bailando y divirtiéndose.



Tres años después, ya en mi casa en Ciudad Obregón, tomé una cerveza del refrigerador, que nunca faltaban, y me fui al patio y me la bebí de un trago. Hice caras y casi no me gustó, pero entre la cerveza y yo había nacido un apasionado romance tres años atrás. Hoy, de mi amor por la cerveza, ya no queda nada, más que algunos recuerdos y un vientre abultado.


“Una cerveza voy a tomar, una cerveza quiero tomar y así olvidarme de aquella trampa, de aquella trampa mortal” Ráfaga

DEJA UNA RESPUESTA

Noticias Recientes