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Nacional / México

Castigar la carne


Y así, poco a poco, bocado a bocado, nos vamos acostumbrando a satisfacer la mayoría de nuestros deseos median­te un alimento o sustancia que sirve de placebo para llenar ese vacío que pare­ce no tener fin.


De niños, son los dulces, las sodas y los pastelillos, y de jóvenes, también, sólo que el joven poco a poco se va adecuando a los patrones de consumo aprendidos de los mayores.

Ya de adultos, aunque en muchos casos desde la adolescencia, le vamos metiendo el cuerpo lo que sea que los demás le meten y lo que sea que la tele­visión, las redes, ahora, hacen popular, incluyendo alcohol, tabaco, drogas y sexo por mero instinto “por cierto que esos pastelillos, refrescos, alcohol y ta­baco deberían estar prohibidos”, pero como significan un gran, gran, negocio para algunos, ahí están anunciándo­se todo el día y se pueden adquirir en cualquier parte, aunque sean nocivos para la salud.

No por nada somos el país de la gordura y la diabetes; el país de las guerras intestinas por los mercados de las drogas, de los países con más caries dentales, la nación de los hipertensos “me incluyo”, esto junto a EU y otros países altamente industrializados que, aunque pertenecen al primer mundo, sufren de las graves consecuencias de cumplirle todos los caprichos al cuerpo, porque nos ganan los excesos y no sa­bemos de medidas.¿O sí?

El mexicano promedio siempre está tratando de consentirse, tanto que has­ta “las penas con pan le saben buenas”; a nosotros no nos gusta castigar la car­ne y le damos al cuerpo lo que pida.

Si no nos alcanza el dinero para lo que más nos gusta o si no tenemos una cultura de la alimentación sana, ahí estamos metiendo a la barriga de car­bohidratos, azucares refinadas, grasas trans y cuanta basura hay en el mer­cado.

Y ahí vamos con la panza llena, pero con el corazón cual bomba de tiempo listo para estallar en cualquier mo­mento.

Lo mismo nos pasa con el alcohol y el tabaco, que están tan arraigados en nuestra cultura, y que son tan adictivos y nocivos que están haciendo estragos en quienes no logramos controlarlos, no solo en la salud física, sino en la mental también.

Sin duda que darle gusto a la carne es un peligro; es un callejón sin salida; es un vórtice salvaje que lleva a una muerte prematura y, no sólo eso, sino que trae una vida de insatisfacción y dolor, mientras que castigar la carne, decirle que no al deseo del paladar que no deja de es­tar exigiendo que se le cumplan sus caprichos, alarga la vida, mantiene la salud, y, si corremos con suerte, nos puede traer un despertar de la conciencia, o una vida espiritual más plena.

“Y que el mundo ruede, digan lo que digan, hay que darle al cuerpo todo lo que pida” Los Tucanes de Tijuana.

Jesushuerta3000@hotmail.com