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Nacional / México

¡Aquí mando yo!



Eran días muy fríos y húmedos y de eso se aga­rró la huesuda para llevárselo, pues entre los restos de neumonía que le quedaban y los más de mil metros de altura a los que andaba trabajando, eso sin contar las nueve decenas de años que cargaba a cuestas, no le dieron mucho margen de maniobra para salir avante de esta aventura.

Sí, era un hombre de trabajo, y en ocasiones trabajoso era, pero, a la buena, porque no se andaba con medias tintas; hacía lo que decía y defendía con argumentos sólidos sus convicciones, las que eran inquebrantables para él.

Sí, era de modales rudos, pero de palabras ilus­tres. Se la llevaba entre bromas y regaños y con los tirantes puestos.

Nació en Álamos en 1927 y se vino a vivir a Ciudad Obregón al inicio de los años cincuenta. Estudió agronomía en la Escuela Superior de Agri­cultura “Hermanos Escobar”, una de las mejores escuelas de enseñanza agrícola de México, donde seguramente fortaleció la disciplina tipo militar que lo caracterizaba.

Siendo agrónomo, a secas, como decía, participó en obras como el vertedor de la Presa Álvaro Obre­gón, la Plaza 18 de Marzo, el hospital La Purísima, entre otras obras, y se consolidó como emprendedor visionario al fundar la compañía Carolina Block, la cual sigue trabajando exitosamente.

Hizo muchas cosas e intentó otras tantas que no le funcionaron, pero lo más valioso que logró es su familia. Todos, hombres y mujeres de bien. Su esposa, doña Carolina, una mujer elegante y distinguida, que en más de una ocasión nos deleitó con sus pláticas de sobremesa. Ella siempre serena y amable. Él, inquieto y enérgico.

Por supuesto que a Joaquín le gustaba la política y no solo le gustaba, le apasionaba, le hacía subir la voz y gritarle a los corruptos, y decía que había que involucrarse si queríamos que las cosas mejoraran. Participó en docenas de campañas y eventos polí­ticos, y fue de los fundadores del comité municipal del PAN. Idealista hasta las cachas.

En lo personal nunca desaproveché ocasión alguna para platicar con él. Siempre tenía bue­nas puntadas y propuestas claras. Supo afrontar descalabros económicos con cierto sosiego que no cualquiera pudiera. Cuando fui director de comunicación social me dijo: “Hagan bien las cosas y nadie podrá hablar mal de la administración, y si lo hacen, nadie les va a creer, pero si lo hacen mal, la crítica les servirá para cambiar, pero no tiren el dinero del pueblo comprando mentiras”, cuando le comenté que no sabía cómo afrontar las exigencias de algunos medios de comunicación.

A Joaquín le gustaba juntarse seguido con sus amigos a tomar café y entre todos los del grupo solían comprar el Melate o cachitos de lotería y él se encargaba de darles una copia firmada a cada uno de los participantes con la leyenda de que eran copropietarios del boleto porque decía que… “honra­dos sí somos, pero honrados, honrados, quién sabe”.

Un día antes de morir don Joaquín se sintió mal y fue a parar al hospital más cercano de la sierra en donde andaba. Ya de noche le dijo al doctor que se quería ir a dormir a la casa de su hija y su yerno, con quienes andaba trabajando. El doctor le dijo que no lo hiciera; que no debía irse… y él, con su voz aguardentosa le contestó: ¡Aquí mando yo! Y se fue.

  • Esa noche murió.


Jesushuerta3000@hotmail.com