El 25 de mayo de 1911, un periódico de circulación nacional dio una gran noticia de interés público. Informó que un selecto grupo de cuatro prominentes políticos, adherentes unos y otros de bandos opuestos, se reunió en las instalaciones de la aduana fronteriza de Ciudad Juárez, para dialogar sobre el conflicto armado en curso y delinear juntos una salida que pusiera fin a la guerra entre maderistas y porfiristas y trazar a la vez un camino para restablecer la tranquilidad pública y el orden legal, perturbados a causa de la lucha armada que, en seis meses, había dejado una estela de muertes y daños materiales de alto calado.
Tras el avance de los maderistas insurrectos, a mediados de 1911, las fuerzas gobiernistas se hallaron prácticamente en un callejón sin salida; en jaque mate, por lo que don Porfirio Díaz, blanco de los alzados, no tuvo otra opción más que aceptar la derrota y disponer con apremio la rendición del ejército de su mando, así como desocupar Palacio Nacional en menos de 10 días, antes de que los maderistas lo echaran a fuerza de balas.
Poco antes de dejar vacante la silla presidencial y autoexiliarse sano y salvo a Europa, don Porfirio aceptó dialogar con Madero, quien meses atrás había incitado al pueblo para derrotarlo, con objeto de formalizar juntos un armisticio, que facilitara "alcanzar en breve tiempo en toda la República una paz definitiva" y propiciara las condiciones para que el nuevo Gobierno de la Revolución tomara las riendas de los asuntos de su competencia.
Para eso, los bandos en pugna acordaron un pacto de paz, en el que consignaron, en primer lugar, el cese de hostilidades en todo el territorio nacional. Dicho pacto fue firmado por los denominados "comisionados de paz", entre ellos: el licenciado Francisco S. Carbajal, comisionado del agónico Gobierno porfirista; doctor Francisco Vázquez Gómez, Francisco Madero y licenciado José María Pino Suárez, los tres últimos representantes del movimiento revolucionario triunfante.
Ese célebre hecho sucedió el 21 de mayo de 1911, en la localidad fronteriza de Ciudad Juárez. En la versión original del referido pacto, se advierte una estructura remarcada por cuatro puntos, todos de contenido estrictamente político. El primero, por ejemplo, versaba sobre la separación de la Presidencia de Porfirio Díaz, que a la letra del artículo uno decía: "el señor general don Porfirio Díaz ha manifestado su resolución de renunciar a la Presidencia de la República antes de que termine el mes en curso".
En el mismo sentido se escribió el artículo dos, pero en referencia al vicepresidente Ramón Corral, de quien se tenía noticias fidedignas de que "renunciará igualmente a la Vicepresidencia de la República dentro del mismo plazo"; en tanto, el licenciado Francisco León de la Barra, ministro y persona de confianza del general Díaz, se encargaría provisionalmente del Poder Ejecutivo de la Nación, con el compromiso de realizar elecciones generales conforme al mandato constitucional.
Por último, en el Artículo cuarto, el Gobierno emanado de la revolución quedaba comprometido a evaluar los reclamos de personas afectadas en sus bienes y determinar lo "conducente a las indemnizaciones de los perjuicios causados directamente por la Revolución". Asimismo, asumía la responsabilidad de reconstruir cuanto antes "las vías telegráficas y ferrocarrileras que hoy se encuentran interrumpidas", consignaba un artículo transitorio.
Así, el célebre Tratado de Ciudad Juárez simbolizó el fin de la triunfante Revolución maderista, con una derrota restregada en las narices del casi eterno presidente Díaz y de su Ejército, cuyos altos mandos esperarían tiempos mejores para cobrar venganza y superar el postrauma ocasionado por la chusma maderista, lo que ocurrió meses después con el cuartelazo de 1913, que no sólo acabó con el Gobierno constitucional de Madero, sino también con la vida de él y su vicepresidente, quienes fueron asesinados arteramente.
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