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Las Plumas

¿Por qué le temen a Cristina Fernández de Kirchner?

Su liderazgo tiene impacto internacional; su discurso y planteamientos programáticos, están cerca del pueblo y lejos del populismo


La noche del 1 de septiembre, a la salida de su domicilio, la expresidenta y actual vicepresidenta de Argentina, Cristina Fernández de Kirchner, fue objeto de un atentado fallido. El potencial magnicida, Fernando André Sabag Montiel y su pistola, vienen a ser los instrumentos y desagüe de un acumulado clima de odio en contra de la vicepresidenta, alentado por los corporativos mediáticos del país sudamericano y por agencias internacionales, que ven en las acciones de gobierno de Cristina y en su liderazgo intelectual, un poderoso referente internacional de disenso y de lucha exitosa en contra de las políticas restrictivas del FMI; esa oscura herramienta,  de un sistema financiero internacional, que basado en el cobro de deudas especulativas, sofoca toda posibilidad de desarrollo y crecimiento económico de la mayoría de las naciones del mundo occidental.

El liderazgo de Cristina Fernández, tiene sin duda un impacto internacional. Su discurso y planteamientos programáticos, están muy cerca del pueblo, pero lejos del populismo. Lo ha explicado en distintos momentos y también durante su ejercicio presidencial (2007-2015). Defiende el concepto de pueblo, para comprender a todos los sectores que están llamados a involucrarse en un proceso productivo orientado a la industrialización del país. Discrepa de las nociones ideológicas clasistas, tanto las expuestas desde la izquierda como de la derecha, y sostiene un planteamiento alejado de la polarización que acabe con la grieta que ha dividido socialmente a la Argentina y la ha hecho vulnerable frente al colonialismo de las estructuras financieras internacionales, quienes se mantienen en sintonía con una élite feudal que corporativiza la vida agropecuaria de la nación.

A principios del 2000, Argentina estaba económicamente, en las puras cenizas. El país había sido empujado a la quiebra, resultado de su sometimiento incondicional a una ortodoxia económica neoliberal extrema. En ese año, la inestabilidad política alcanzó connotaciones insospechadas. En una semana asumieron el poder y luego fueron destituidos cinco presidentes de la república. La nación estaba en caída libre, registrando una crisis de pagos a su deuda externa sin precedentes. Es el contexto en que, Néstor Kirchner, inicia su gobierno y logra una restructuración de la deuda, sin aceptar las condicionalidades restrictivas del FMI. Se inicia así un inexorable proceso de desendeudamiento que los llevó a tomar una medida esencial en el 2005, cuando decidieron pagar la totalidad de la deuda al FMI que les imponía las políticas macroeconómicas insoportables para el país.

Es el inicio del crecimiento económico de la economía Argentina, y con ello del prestigio de un país que habiendo estado en el peor desastre, logró reestructurar la deuda, recuperar la economía, defender los derechos humanos, pagarle al FMI y establecer acuerdos estratégicos fuera de la órbita del llamado Consenso de Washington, con las potencias económicas de China y Rusia.

Después de los cuestionamientos hechos a la disfuncionalidad del sistema financiero internacional y de su exigencia de correcciones estructurales al mismo, por el entonces presidente mexicano José López Portillo al calor de la crisis de pagos de principios de la década de los ochenta, Cristina Fernández de Kirchner, resulta ser la singular dirigente latinoamericana que ha tenido el valor y la inteligencia para hacer cuestionamientos, reclamos y propuestas similares.

En el contexto de la crisis sistémica mundial disparada en el 2008, por la especulación desenfrenada en el frente hipotecario, Cristina planteó en la reunión del G-20 realizada en Londres, la necesidad de que el rescate bancario incluyera una regulación financiera internacional para hacer posible que la enorme masa de recursos que se inyectaba a los sectores financieros volviera a la economía real y activar así el circuito de la producción de bienes y servicios para poder darle vuelta de nuevo a la rueda del crecimiento económico. A la postre, ella misma, reconocería que nada de eso se hizo, por el contrario “el rescate fue para los bancos y el ajuste para las naciones, con las consecuencias de la recesión y la caída del empleo a niveles históricos”.

El argumentado discurso de Cristina, resulta muy incómodo, en el contexto de una creciente compulsión por uniformizar a las naciones en torno a una dictadura financiera mundial unipolar, enmascarada en un “orden basado en reglas” y en la utopía de un retorno a las “energías verdes”.  A la procuración de esa dictadura global, se han sumado los gobiernos de los Estados Unidos e Inglaterra. Y Europa no ha tenido el carácter para oponerse. El lance más temerario se puso en marcha con el respaldo financiero y logístico de estos gobiernos y la OTAN, a una estructura militar orgánicamente fascista establecida en Ucrania desde el golpe de estado del 2014, como parte de una estrategia para someter a Rusia a los dictados de la unipolaridad.

Desde el 2014 reorganizaron al ejército ucraniano, moldeando el adoctrinamiento en la imagen nazi del Batallón Azov, herederos y admiradores del legendario Stephan Bandera, destacado colaborador de los nazis en la Segunda Guerra mundial y puente para la sangrienta invasión de la Alemania de Hitler a Rusia. Han convertido a Ucrania en el centro de un comando internacional de reclutamiento fascista. Así ha quedado ampliamente documentado, desde que se denunció la publicación de una “lista negra”, emitida por una entidad del gobierno ucraniano denominado Centro para Contrarrestar la Desinformación (CCD). La lista emitida el 14 de julio del 2022, señala a más de setenta periodistas, académicos, políticos, militares y otros profesionales de 22 países, que al no ajustarse a la narrativa de la OTAN sobre el conflicto militar en Ucrania, pasan a ser considerados “propagandistas del Kremlin”.

En la lista aparece la alemana Helga Zepp LaRouche, fundadora del Instituto Schiller, el ex funcionario de la CIA Ray McGovern y Tulsi Gabbard, ex congresista y precandidata presidencial demócrata norteamericana. Personalidades que desde distintos enfoques y plataformas políticas, procuran una solución pacífica al conflicto militar en la Europa del Este y se identifican con la necesidad de introducir reformas sustantivas a la arquitectura de seguridad mundial y al sistema financiero internacional para regresarle al mundo las posibilidades de retomar el desarrollo y la paz.

Cristina Fernández de Kirchner, no aparece en esa lista, pero el autor del atentado en su contra, Fernando Sabag, lleva, según los documentó la policía argentina, tatuajes prominentes en su cuerpo con los símbolos del Batallón Azov de Ucrania, tales como el “Sol negro” y la esvástica de Azov; y su página de Facebook muestra la gran admiración que tiene por varios grupos neonazis.

El fracasado intento por apagar la vida de Cristina, ha fortalecido su liderazgo al interior de Argentina y ha puesto los ojos de buena parte del mundo en una de las mujeres que representan un activo internacional indiscutible en los esfuerzos porque el mundo se aleje de la guerra y camine en dirección a una reorganización financiera internacional tal como ella la visualizó en el contexto de la crisis global del 2008.