"La blancura es la mitad de la hermosura. Hay que mejorar la raza..." Dichos populares, ecos de un pasado que se niega a morir. Tras la Segunda Guerra Mundial, el racismo "científico" fue descalificado. Algunas sociedades lograron avances notables en derechos civiles y multiculturalismo. Sin embargo, aunque las "razas" no existen biológicamente –la única raza es la humana–, el concepto de "raza" es una poderosa construcción social que impacta nuestras vidas diariamente. El racismo va más allá de las "razas", pues es un sistema de prejuicios y discriminación, basado en la creencia de que un grupo es superior o que otro es inferior, y se manifiesta en estructuras, prácticas o ideologías que perpetúan la desventaja o el daño.
Eduardo Galeano lo señaló con lucidez: la pirámide socioeconómica en América Latina es más blanca en la cima y más oscura en la base. México no escapa aún de esa cruda estructura racial. Aunque la mayoría de los mexicanos nos decimos antirracistas, la verdad es que padecemos el racismo y lo infligimos cotidianamente. Aunque, a diferencia de Estados Unidos, donde se documentaron 1,371 grupos de odio en 2024, la gran mayoría considerados racistas, el racismo en México no suele manifestarse en organizaciones explícitas. Sin embargo, no hay consuelo en esa comparación: "Mal de muchos, consuelo de tontos". La verdad es que las injusticias raciales, incluso las más sutiles, son enormemente nocivas si no se reconocen. El primer paso para combatirlas es desnudarlas de toda justificación.
La dificultad reside en la definición. El racismo, ciertamente, puede manifestarse en la "pigmentocracia", donde el color de piel determina las oportunidades en la sociedad, pero además los académicos han encontrado numerosas formas de racismo: "defensivo", "racional", "al revés", "sin racistas", "socioeconómico", "ambiental", "historiográfico" y varios otros. Algunos, incluso, hablan de un apartheid económico en Latinoamérica. Por su parte, la investigadora Luz María Martínez ha argumentado que México es más clasista e ignorante que racista. Si bien hay una conexión innegable entre clase, ignorancia y discriminación, yo añadiría que padecemos además un racismo "ilustrado". La educación formal no es necesariamente un antídoto, pues a veces, paradójicamente, legitima una falsa superioridad. Así pues, la pigmentocracia se entrelaza perversamente con otras intolerancias.
En México, y entre los mexicanos en Estados Unidos, las manifestaciones del racismo son variadas, pero lo más pernicioso es su invisibilidad: glorificamos nuestro pasado precolombino mientras despreciamos olímpicamente a sus descendientes contemporáneos. La palabra "indio" se usa ampliamente como adjetivo peyorativo, sinónimo de ignorancia. Las poblaciones afromexicanas también han sido invisibles en el imaginario mexicano. Ciudadanos olvidados, excluidos de la "mexicanidad". Este olvido no sólo es discriminatorio, sino una forma de violencia silenciosa.
El racismo se cuela en conversaciones "inocentes" sobre la belleza de un bebé "güero" o de ojos claros. Invariablemente, los rasgos caucásicos son los cánones estéticos dominantes. Basta con encender la televisión mexicana: la desproporción de personajes blancos, rubios y de ojos claros en programas y comerciales es una afrenta a nuestra realidad demográfica. Y cuando aparecen los "morenitos" o "feos", ¿qué papeles interpretan? Mayormente son los villanos, los pobres, los sirvientes...
Existe, también, el "racismo positivo", que favorece a ciertos perfiles. Los anuncios de empleo que buscan "buena presencia" son un código velado para rasgos europeos. Y, por supuesto, está el autorracismo, esa autoaversión internalizada, la negación de la propia identidad. Para muchos, la mexicanidad es automáticamente inferior, el "Jalogüín" reemplaza al Día de Muertos, y el malinchismo se convierte en virtud. Es el sistema opresor reproduciéndose en sus propias víctimas.
En el siglo XIX, Francisco Zarco lamentaba que "el estado miserable de la mayor parte de nuestra población indígena es una de las principales causas de nuestra debilidad". En el siglo XXI, esa frase es desoladoramente actual. La miseria de una vasta porción de la población mexicana es una fuente de nuestra debilidad, y elementos raciales y de clase la exacerban. Incluso nuestra historia migratoria no está exenta de manchas, como el movimiento antichino en México, un triste capítulo de discriminación y violencia racial.
Las actitudes racistas se revelan en acciones cotidianas. Como en la anécdota de una joven estadounidense de padres mayas a la que se le niega la entrada a una discoteca en Guadalajara por su aspecto físico, mientras sus amigas caucásicas pasan sin problema. Es un recordatorio brutal de que las fronteras internas persisten. La última encuesta sobre discriminación en México (ENADIS 2022) reveló que los motivos más frecuentes de discriminación incluyen la forma de vestir o arreglo personal, el peso o estatura, la edad y las creencias religiosas.
México es un mosaico vibrante de culturas y orígenes. Nuestro multiculturalismo es una realidad ineludible. Para superar las fronteras internas erigidas por nuestros prejuicios, es imperativo desentrañar el multirracismo que nos penetra silenciosamente. Solo reconociéndolo en su totalidad, en sus manifestaciones más obvias y en sus disfraces más sutiles, podremos comenzar a desmantelarlo para construir una sociedad que verdaderamente valore la diversidad de su propio rostro.
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